“¡Mamita! Putin, chapeau”

Por Marcelo Torrez
“¡Mamita! Putin, chapeau”

Es obvio –pero no menos útil y hasta muchas veces necesario señalar– que, en política, quienes comulgan y comparten una misma mirada general sobre el ordenamiento de las cosas, desde las más simples a las más complejas en la vida en sociedad, como la ideología, por caso, o las cuestiones dogmáticas, no siempre deben expresarse de manera uniforme y sin fracturas y diferencias sobre todos los temas. Hay matices y, no pocas veces, cuando se señalan los mismos y se advierten, suelen esclarecer las posiciones y hasta permiten comprender hacia dónde va una determinada corriente con su correspondiente adhesión política y dónde está parada.

Ni las derechas ni las izquierdas suelen mostrar conductas sólidas e inquebrantables absolutamente rígidas que persistan siempre alejadas de cierto grado de pragmatismo. La excepción está dada en aquellas facciones o movimientos dominados y cegados por el fanatismo generalmente y vinculadas claramente con un comportamiento sectario y vertical, de cumplimiento inquebrantable, cuasi militar.

Al Gobierno argentino le ha costado fijar una posición clara y contundente, sin fisuras, en los inicios de la crisis en el este de Ucrania y agravada tras la invasión de Rusia este jueves a la región del Dombás, donde se ubican las dos repúblicas separatistas que consiguieron el apoyo del régimen de Vladimir Putin. Bien avanzado el día y por medio de un comunicado de la Cancillería, el gobierno de Alberto Fernández logró alumbrar un mensaje condenatorio del uso de la fuerza armada en la región lamentando la escalada bélica.

Pero, todo indica que le costó llegar a una posición sin dobles interpretaciones, por la demora en darse a conocer tal comunicado. Hasta ese momento, la conducta pareció zigzaguear, mucho más si se tiene en cuenta la reciente visita que hiciera el presidente a Moscú para ver a Putin en ese recordado encuentro en el que aprovechó Fernández –llamativamente y de manera inútil e inconducente para el mundo de la diplomacia–, para criticar la política económica y financiera de Washington, más su fuerte influencia en la región que el argentino considera altamente negativa. Todo en medio, incluso y como ya se sabe, de las negociaciones en busca de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Las presiones internas que sufre el presidente en la dirección que le da a su gobierno, como está visto, exceden el frente interno en el que Fernández ha debido cambiar en más de una oportunidad su mirada o punto de vista ante el abanico de problemas que sacuden al país.

Cuando todo el mundo casi sin medias tintas –salvo algunas expresiones marginales y para nada gravitantes–, ha condenado el uso de la fuerza y ha repudiado sin más el comportamiento del autócrata Putin, Argentina fue por caminos que dejaron ver su escasa inteligencia para asumir una posición crítica de los poderes internacionales en pugna. Porque, si bien, es cierto que Putin, de acuerdo con lo que se observa, se ha manejado desprovisto de cualquier respeto, cuidado y responsabilidad al liderar un enfrentamiento que ha puesto en grave riesgo el frágil equilibrio de paz que existe universalmente, no menos condenable ha sido el comportamiento de los países de la OTAN, con Estados Unidos al frente, que desde el descalabro de la Unión Soviética con la caída del muro de Berlín no ha dejado de fustigar y de humillar a Rusia, alimentando desde todo punto de vista a ese grupo de repúblicas que emergió tras la desintegración de la vieja URSS. Así lo ha contado, explicado y descripto en una de sus últimas columnas el afamado periodista norteamericano Thomas Friedman, el tres veces ganador del Pulitzer y columnista del New York Times: “Esta es la guerra de Putin. Pero Estados Unidos y la OTAN no son espectadores inocentes”, ha sido el título de ese escrito publicado en el arranque de semana, justo antes del inicio del ataque ordenado por el líder ruso.

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El adoptar una posición inteligente por parte del Estado argentino, pudo haber ido por el lado que describe Friedman, que lo ha hecho con autoridad. Y de esa manera, quizás, dejar a salvo todo lo que pone en juego el país y lo que le conviene desde lo diplomático sumado a lo económico, claramente este último uno de los costados más frágiles de la variada maqueta de problemas que padece.

Dicho de otro modo, ¿quién podría castigar o cuestionar el gobierno de Fernández por describir, a su modo, todo lo que Occidente ha hecho mal en el conflicto que se agravó en Ucrania, marcando sin ambigüedades la autoritaria y absolutista conducta de Putin? Porque si algo debiese hacer el país es pensar y concentrarse en las conveniencias y necesidades que tiene, sin que eso lo lleve a asumir una posición extrema a contramano de la que tomó la comunidad internacional, en especial la occidental, de la que depende buena parte del futuro argentino, sus relaciones y sus cercanías culturales, si se quiere. Pero una pugna puramente ideológica, y además interna, le ha impedido ver ese fenómeno con serenidad.

Ha sido clara, también, la posición asumida por los países de la región frente a la invasión de Putin a Ucrania. Al menos, no hubo dudas, más allá de los alineamientos de cada uno. Quizás lo más contundente vino por el lado del hoy líder de la izquierda chilena, el presidente electo Gabriel Boric, quien usó su cuenta de Twitter para condenar sin más la invasión: “Rusia ha optado por la guerra como medio para resolver conflictos. Desde Chile condenamos la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza. Nuestra solidaridad estará con las víctimas y nuestros humildes esfuerzos con la paz”.

Sin embargo, Fernández, evitó hablar de invasión, de ataque o de algo similar o por el estilo. La esperada condena firme se transformó en un “lamento profundamente” y a la acción militar la describió como una “situación generada en Ucrania”. Puede que el presidente no haya salido de ese estado de profunda admiración por Putin que admitió sentir, tras contar los detalles del encuentro que tuvo recientemente con el líder ruso, o puede que se haya visto obligado a sopesar en el juego político lo que una de las facciones que lo sostienen en el Gobierno y a la que tiene que responder, con Cristina Fernández de Kirchner al frente, le piden que haga.

Tras todo lo dicho, quién puede olvidar, en todo caso, la fascinación de la vicepresidenta por Putin. Lo contó ella misma en su libro Sinceramente. Entre las páginas 14 y 15 de ese best seller, Cristina cuenta cómo fue que consiguió el original de aquella carta que San Martín le envió O’Higgins en la que cuestiona el trato que han recibido los libertadores tras la gesta de la independencia. Una carta que la Justicia halló, cuando allanó una de sus propiedades por las causas de corrupción y que incautó iniciando una investigación paralela por ese hecho.

Dice Cristina: “Cuando visité Moscú en marzo del 2015, luego del almuerzo de trabajo que nos ofreció el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, al retirarnos del mismo, hizo detener el paso de nuestra comitiva y pidió a uno de sus colaboradores, que tenía una caja en sus manos, que se acercara. Y allí, ante mi sorpresa y traductor mediante, me dijo: ‘Esto es para usted, presidenta’. Cuando abrí la caja y pude ver la carta original de San Martín a O’Higgins, casi me muero. Lo miré y le pregunté: ‘¿Y esto? ¿De dónde lo sacaron?’. La respuesta no se hizo esperar y me sorprendió aún más: ‘La mandamos a comprar para usted en Nueva York’. Confieso que si me quería impresionar, lo había logrado y con creces (...)”. ¡Mamita! Putin, chapeau.

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