"Con el calor, al principio se me derretían los alfajores"

La argentina que tiene una fábrica de alfajores en una isla considerada la “perla” de Asia. Llegó hace nueve años y hoy produce 14 variedades, que se venden en los supermercados locales
”Con el calor, al principio se me derretían los alfajores”

Bali es una isla de Indonesia que está, literalmente, al otro lado del globo terráqueo respecto de la Argentina. Allí llegó hace nueve años Eugenia Poza. Había visitado el lugar en otras oportunidades y, cuando tenía 40, decidió que era una “buena opción para probar”. Hoy tiene una fábrica de alfajores, donde produce unas 9000 unidades al mes, que se venden en supermercados, y un “café argentino”. La marca “Alfajores Bali” logró imponerse.

“Había venido, me parecía que era una buena opción en ese momento -cuenta a LA NACION-. Aunque tenía la idea de quedarme, llegué con pasaje de regreso. No sabía qué iba a hacer”. En CABA diseñaba zapatos, tenía su marca, vendía “mucho” al por mayor. Se define como una suerte de “corredora de moda, que vendía marcas por las provincias”.

Admite que acostumbrarse a Bali lleva tiempo: “Hablan indonesio, que es complicado. Claro que con el inglés uno se arregla. Es una isla hinduista en un país musulmán, tiene una cultura diferente al resto de Indonesia y eso atrae. Llega mucha gente a ver las ceremonias, que son a toda hora, a la mañana, tarde y noche... Al comienzo esa dinámica es muy pintoresca y después cansa un poco”.

La idea de los alfajores le surgió a los pocos meses de llegar, cuando se cruzó con otros argentinos y hablaron de que no había yerba ni dulce de leche. En ese entonces pensó “podría traer”, pero era “imposible”. Le gustaba la cocina y tenía buena mano y, poco después, empezó a hacerlos en su casa.

“Empecé cocinando el dulce de leche, a prueba y error. Lloraba cuando no me salía. Hacen 40 grados todo el año, todos los días, se me derretían los alfajores”, describe. Un año después abrió legalmente la empresa.

En el lugar, donde trabajan cinco personas, fabrican también empanadas, chipás y algunas de las especialidades que venden en el bar, que abrió a la salida de la pandemia, y donde emplea a cuatro personas. Primero era un local chico y se amplió.

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Está en una zona residencial y todo lo que se sirve es argentino: milanesas, supremas, choripán, sándwich de milanesa, lomito, torta de coco y dulce de leche, empanadas, chipá y, por supuesto, los alfajores. “Todo menos medialunas, porque prefieren las croissants”, aclara. Sí hay mate.

   
Milanesas, parte del menú del bar argentino en Bali


 
Poza enfatiza que todo fue “a pulmón” y que todavía hoy la producción “se sigue haciendo de manera artesanal”. La máquina con que hacen el dulce de leche es “adaptada”, la compró en la isla. “Lo que vengo generando lo voy invirtiendo -precisa-. Es complicado porque hay mucha burocracia y es así con los extranjeros, tienen la lupa encima. Se puede hacer, pero lleva tiempo, trámites”.

Recuerda que, cuando empezó fue “una locura”. “Nadie sabía de qué hablaba, daba de probar. Al comienzo les parecían muy dulces, pero empezó a gustar y gustar”. Los primeros los vendía en bares, donde hablaba con los dueños, dejaba muestras, publicaba en grupos y así conoció gente, contactos. Con todas las licencias aprobadas sumó a los supermercados. “La competencia te ve y te quiere”, apunta.

  En su fábrica, Pouza también hace empanadas


“No pensé que iba a llegar a esto”, admite. Hacen 14 variedades de alfajores: de mantequilla de maní, de maicena, de chocolate negro y blanco, de mouse, de matcha, de frutilla. Cuestan 30.000 rupias (US$2) más 10% de impuestos y son “tres veces más grandes” que el clásico argentino.

Poza insiste en que no fue fácil desarrollarse: “Hubo muchas noches que lloré, me quemé muy feo una mano calentando la leche en una olla presión para que fuera más rápido... explotó la olla. Al comienzo cocinaba y salía con un ciclomotor a repartir. Ahora recuerdo todo eso y me río. El único problema es que sigo sin poder hacer mi alfajor predilecto que es el de merengue, es imposible porque no seca”.

Gabriela Origlia

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