Pioneros. En el sur de la provincia de Buenos Aires, el apellido Irastorza posee una vieja huella como precursores en el sector agropecuario que viene de generación en generación. A principios de 1900, el primero que llegó al país proveniente del País Vasco fue José Antonio. Como peón de campo, se instaló en el pueblo de Lartigau, al sur de la provincia. Al tiempo y con mucho esfuerzo logró comprarse un pedazo de campo para criar vacas y ovejas y sembrar algo de trigo.
Luego tomaron la posta sus cuatro hijos que acrecentaron más hectáreas, entre propias y alquiladas. Entre ellos estaba José Ramón, que junto a sus hermanos dejaron las vacas y las ovejas para dedicarse de lleno a la agricultura. En esa época, las grandes distancias entre sus establecimientos y las malas condiciones de los caminos rurales los llevó a tomar el curso de piloto y manejarse en avión por los distintos campos.
En la actualidad, en un campo familiar, entre Bahía Blanca y Coronel Dorrego, en el sur de Buenos Aires, los Irastorza, Javier (hijo de José Ramón) e Ignacio, Diego y Ramiro, sus propios hijos, continúan la senda de José Antonio con el emprendimiento agropecuario. Al principio, como miembros de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), su producción era de cultivos anuales extensivos, como trigo y cebada.
Y, en esa cuestión de estar constantemente innovando y tener inquietudes permanentes, comenzaron a sembrar algunos lotes con arvejas y garbanzos. Pero hace poco menos de una década decidieron incursionar en una producción típica de la región cuyana y no de una zona agrícola: los almendros.
Todo nació de una conversación de Diego con un amigo de un campo vecino que le contó de las bondades de dicha producción que la estaba empezando de a poco a ponerla en práctica. Ahí nomás, en una reunión familiar posterior, el joven ingeniero agrónomo le planteó a sus “socios” de las ganas que tenía de comenzar con este desafío: almendro marinada, especie de cáscara dura, proveniente de España, de alta producción y floración tardía, muy conveniente para la zona. “La idea era empezar a buscar algo que no tenga tantas restricciones”, contó Diego, de 43 años, a LA NACION.
Luego de hacer muchas investigaciones, se lanzaron de lleno en el emprendimiento. En 2015, el último año que estaba Cristina Kirchner como presidente, compraron los plantines en Mendoza y fueron las primeras cinco hectáreas. Al año siguiente siguieron otras cinco y así fue “ir aprendiendo de a poco; prueba y error”. En 2021 sumaron otras 10 hectáreas de una nueva variedad: la penta, por lo que en la actualidad ya son 20 hectáreas destinadas a esta economía regional.
Uno de las cuestiones interesantes que lo llevó a emprender fue que el almendro, en general, necesita suelos sueltos sin anegamientos y en su establecimiento son franco arenosos. “A los seis años de esa primera plantación, en 2021 tuvimos nuestra primera cosecha. Lo ideal sería al tercer año de la implantación pero fuimos corrigiendo errores cada año que fue pasando. Lo bueno es que cada cosecha se puede ir almacenando en un silo. Ahora estamos en 500 kilos por hectárea pero el objetivo es superar los 1000 kilos”, dijo el productor.
Existen dos cuestiones en las cuales hay que tener precauciones: por un lado, las heladas tardías, que perjudican el cuajado de flores y afectan negativamente el rendimiento de los frutos, por lo que es bueno estar cerca del mar para atemperar el clima; por otra parte, el agua, para lo cual instalaron un sistema de riego por goteo.
Según detalló, al tercer año de plantado el almendro comienza a producir y entre el cuarto y el quinto se logra una buena producción para comercializar. El pico de producción está en el séptimo año. “Si uno se dedicara exclusivamente a esto podría lograr más producción”, señaló.
El objetivo siguiente es llegar a las 100 hectáreas en los próximos años. De esta manera podrían dejar de enviar su producción de almendras a Mendoza para ser pelada: “La logística de enviar a procesar la almendra es muy costoso y encarece nuestro negocio. Nuestra idea es que cuando logremos una buena producción hacerlo nosotros directamente acá en nuestro establecimiento. Es dar el paso”.
De hecho aun es una producción alternativa a los cultivos tradicionales que la empresa familiar lleva adelante. En la misma, la división de tareas está bien marcada: Ignacio, con 44 años, está en la parte productiva; Diego hace oficina y está en la parte de los números y; con 72 años, el padre que vive en el campo, está “tapando agujeros donde haga falta”. Hace un par de años y por un tiempo, Ramiro decidió probar suerte en el exterior con un emprendimiento personal.
“La zona se ha reconvertido bastante. Pasó de ganadera a mixta y hoy es en la gran mayoría agrícola. En los últimos 10 años era un 70% trigo y cebada y el resto girasol y algo de soja. Ahora hubo una revolución de maíces tardíos. Era algo impensado para nosotros y surgió por algo tan sencillo como fue bajar la densidad de la siembra que era entre 50.000 y 70.000 plantas por hectárea y ahora empezaron por debajo de 30.000: hoy hace que la planta de maíz administre mejor el uso de agua y que no se quede sin nafta a mitad de carrera”, describió.
Los Irastorza heredaron no solo el amor por el campo y la pasión por volar, donde todos son pilotos de avión, sino sobre todo el disfrutar y admirar de las pequeñas cosas que da la naturaleza a diario.
Además de haber agregado valor a sus tierras, cada año cada floración de los almendros se vuelve una postal difícil de empardar. “Es una producción muy atractiva y totalmente gratificante. Es indescriptible como cada temporada, cada planta perenne muestra su potencial. Los lotes florecidos se convierten en una foto sensacional y maravillosa”; finalizó.