Corría 1986. Rodolfo Goya trabajaba en la Universidad de Michigan y ya investigaba sobre envejecimiento, su área de expertise. Su jefe había recibido un folleto de Alcor, una compañía que impulsaba algo que sonaba a ciencia ficción: se llamaba criopreservación y, en resumidas cuentas, prometía una segunda vida a personas que se congelaran apenas murieran. Su superior ojeó el panfleto con una sonrisa burlona. Morir y revivir en un futuro no era otra cosa más que un disparate. Por casualidad, antes de que ese folleto se perdiera en algún tacho de basura, llegó a sus manos.
-Me pareció fantástico. Enseguida me interesó y me hice un convencido de que la congelación era el método ideal para curar enfermedades que por ahora no tienen cura. Incluso para ofrecer una segunda oportunidad en un futuro.
Rodolfo Goya dirige un grupo de investigación en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). No es un trasnochado: es un referente en materia de envejecimiento. Más bien en desarrollar técnicas que desaceleren la llegada inexorable de la vejez. Inexorable, cree él, solo por ahora. En sus ratos libres también investiga, aunque solo como un aficionado, la criopreservación. Cree en la posibilidad de la vida eterna a tal punto que en 2010 tomó contacto con otra de las compañías más famosas, el Cryonics Institute, y firmó un contrato para congelar su cuerpo una vez muerto.
“La gente se sorprendió. Ninguno de mis familiares ni compañeros se mostró interesado en criopreservarse. Ni siquiera mi esposa”, dice Goya, de 71 años, sin hijos. Todavía no pagó los 28 mil dólares que sale su congelación, pero dispone del dinero en una cuenta en Estados Unidos y -aclara- si muere en, por ejemplo, un accidente aéreo, su familia usará la plata para iniciar el procedimiento.
Goya habla de la muerte, de morir, con total naturalidad. No dice “fallecer” para suavizar la expresión. Dice “morir” y ya. Él está seguro de que la criónica escalará con el correr de los años, aunque no puede garantizar que alcance los niveles necesarios para “revivir” a un ser humano.
La criónica, dice, se usa para procedimientos que ya son de rutina, para la fertilización in vitro, tanto de animales como de personas. Explica que a una mujer que no puede tener hijos se le da una inyección de hormonas para que produzca óvulos. A esos óvulos se los recoge y se los pone en contacto con los espermatozoides del novio o marido. Se hace la fertilización en un tubo de ensayo. Se le implanta un embrión y se guardan los otros nueve en nitrógeno líquido. “Se le hace criónica al embrión”, concluye.
Ese primer embrión muchas veces no funciona. La mujer termina perdiendo el embarazo. Entonces se descongela un segundo embrión y se lo implanta. Si vuelve a fallar, se descongela un tercero y así hasta lograr el embarazo. “Hay miles de personas caminando por la calle, absolutamente normales, que comenzaron su vida como embriones congelados”.
-¿Y por qué no se puede hacer esto en humanos que ya tuvieron una vida?
-Es un problema de tamaño. Cuando algo es muy pequeño y se puede congelar muy rápido, como pasa con los embriones o con gusanos que son microscópicos, es posible el procedimiento. Pero cuando el congelamiento es lento -y 5 minutos es demasiado lento- se desacomodan las moléculas. Entonces, pasado el tiempo, cuando se descongelan quedan desconfigurados y la persona no revive. El desafío es lograr un método de enfriamiento y descongelación lo suficientemente rápido. El día que la criogenia lo logre será posible.
-¿El principal problema no es que a los embriones se los congela vivos y a los humanos cuando ya están muertos?
-Es cierto. Todos nos damos cuenta de que congelar a un individuo estando vivo, es decir con una eutanasia programada, daría mejores posibilidades. Cuando el individuo muere ocurre inevitablemente un proceso de deterioro, por más que sean pocos minutos los que pasen hasta la congelación. Imaginate que en 5 minutos de falla de circulación sanguínea en el cerebro, ya hay daños irreversibles.
-Entonces, ¿hay posibilidades reales de que funcione?
-La criónica nadie tiene dudas de que es posible. La limitación hoy es tecnológica.
-¿Se puede vaticinar cuántos años?
-No, es como intentar alcanzar la velocidad de la luz en una nave espacial… -se detiene un segundo y recula-. En realidad esto no es tan difícil como alcanzar la velocidad de la luz, pero sí hoy es lejano. En algún momento probablemente se pueda lograr.
En su laboratorio en La Plata, trabaja con gusanos microscópicos. Los congela y los despierta sin mayores inconvenientes. Del otro lado del globo, en Siberia, los tardígrados se congelan de forma natural a los 50 o 60 grados bajo cero que sufren durante los inviernos, pero cuando llega la primavera retoman su vida normal, aunque intrascendente, como si nada hubiera ocurrido. Eso, piensa, es un sustento para la criónica. Aunque en ambos casos lo que sucede es que los gusanos se congelan mientras están vivos. A diferencia de los humanos, pasan a un estado de latencia.
En 2012, organizó la primera conferencia sobre criopreservación en la Argentina. Invitó a Ben Best, por entonces presidente del Cryonics Institute con sede en Michigan, a disertar en la Facultad de Medicina de la UNLP. Le dijo que no se preocupara, que no sufriría ningún ataque porque en su país, en Argentina, nadie sabía que existía el tema.
Contra todo pronóstico, la conferencia despertó un interés enorme: se trataba de algo raro, la quimera de morir y revivir 50, 100 o 300 años después. Varios medios de comunicación se acercaron y lo entrevistaron. Goya recibió el mote de “primer argentino en buscar la vida eterna”, incluso del “Walt Disney argentino”. Así, un poco de imprevisto, asumió el rol de difusor local de la criónica.
Al poco tiempo, un puñado de entusiastas, no más de una decena, le escribió por Facebook y por mail. Se juntaron y formaron una suerte de “grupo de autoayuda” con él como referencia y punto de contacto con los laboratorios. El objetivo del grupo es ayudar a los argentinos que deseen criopreservarse, lograr que en el país se pueda hacer un primer congelamiento del cuerpo y así estabilizarlo a los pocos minutos de morir.
-Te voy a contar algo -dice y hace una pausa que, en realidad, esconde una vacilación-. Bueno, no sé si debería decírtelo… Nosotros hicimos la primera criopreservación de un cerebro en la Argentina. Creo que es una primicia. Ya hay una argentina criopreservada.
La primera
Veinte años antes María Entraigues-Abramson, cantante y actriz, había tomado conocimiento de la criónica. No recuerda quién le mencionó la palabra, pero sí recuerda que se abalanzó sobre la poca información que había disponible.
En 2006 fue a su primera conferencia en Cambridge, Inglaterra, donde conoció a un experto en mermar la vejez. El experto le preguntó si ya era miembro de Alcor. Ella le respondió que no, que aún estaba estudiando el tema. “¿Qué estás esperando?”, le espetó. Solo un año después viajó a Arizona y se sumó a la compañía.
-Mamá y yo éramos muy unidas -dice María sobre Beatriz-. Ella estaba muy pendiente de todas mis cosas. Y le fascinaba… le fascinaba toda la cuestión del futurismo, la tecnología que avanzaba tan rápido, la extensión de la vida. Teníamos conversaciones larguísimas y desde el momento en que se enteró que existía la posibilidad de criopreservarse, expresó su interés. Decía que quería preservarse.
María reside desde 1992 en Estados Unidos. Con los años, su vínculo con Alcor se fortaleció. Empezó a representar a la empresa en los medios casi como una embajadora, a participar de programas de televisión, a hacer documentales sobre criónica, a difundir una disciplina que siempre fue observada con desdén por la comunidad científica norteamericana. Hoy es directora de divulgación y desarrollo de SENS Research Foundation, una organización radicada en Silicon Valley que busca curar la vejez a través de medicina regenerativa y biotecnología.
Beatriz Bilone, su mamá, se crió con sus abuelos. Sus padres murieron cuando ella tenía apenas 4 años. Se sentía afortunada pese a una niñez de desdicha. Tuvo a su primera hija -Beatriz, como ella- y siete años después a María. Dedicó gran parte de su vida a la educación. Fundó 19 escuelas en el Gran Buenos Aires: fue directora y docente. Pero también fue una escritora voraz, una poetisa entusiasta, hizo teatro, condujo programas de televisión y radio en emisoras de Vicente López. Durante 28 años, coordinó la Casona de María, en Pilar, un espacio que ella misma abrió, un campo que recibía a ancianos para que pasaran un día completo con actividades, juegos y comida.
“Era un tornado, nada la frenaba. Amaba la vida como nadie”, la define su hija. A fines de agosto de 2018, la hospitalizaron. Primero fue una sepsis que lograron curar gracias a un tratamiento experimental. A los días se le perforó un intestino producto de un “Síndrome de Cushing” y no pudo resistir las operaciones. Murió, como la mayoría, por el deterioro que trae la vejez.
-En agosto volví a Buenos Aires. Hice todo lo posible por salvarla y, al mismo tiempo, lideré su criopreservación, que fue la primera y hasta ahora única en Argentina. Y que fue prácticamente un milagro.
Los obstáculos se sucedieron como en una prueba de resistencia. Al no haber antecedentes en el país, no existe regulación para congelar el cuerpo -en este caso el cerebro- de una persona. María nunca mencionó que era para criónica. Lo trataba como una donación: el planteo era que su madre, en teoría, quería donar su cerebro a la ciencia. De hecho, había dejado una carta en la que expresaba ese deseo.
María hizo una lista en su cabeza. Necesitaba primero hacer un congelamiento prematuro para detener el deterioro celular. También tenía que conseguir un cirujano que extrajera el cerebro, un lugar donde se pudiera hacer eso, que le entregaran el cuerpo, cumplir con la burocracia de la muerte. Eran demasiadas cosas.
Los médicos le dijeron que no iban a poder hacer la extracción del cerebro. Los cuerpos, todos, se derivan a una casa funeraria. María se detuvo un minuto: en las funerarias extraen órganos, embalsaman cuerpos… Quizás ahí sí podía ser posible. También había que hacer perfusión y en los tanatorios tienen esas “bombas” porque les sacan la sangre a los cuerpos para embalsamarlos. Ellos debían no solo sacar la sangre, sino también introducir los químicos que criopreservan los tejidos.
Después de decenas de llamadas, a la 1 de la mañana dio con una casa funeraria dispuesta a hacer el procedimiento. Al rato, casi por alineación, un médico de su confianza, el doctor Néstor Balmaceda, que la había ayudado a que PAMI financiara los últimos días de su madre en una clínica privada, la llamó por teléfono:
-¿Cómo está tu madre? -le preguntó-.
-Mal, se está muriendo.
-¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
-No sé. Necesito que extraigan el cerebro de su cráneo.
-Yo lo hago -le respondió como si se tratara de un trámite menor-. Soy cirujano retirado. ¿No te acordás?
A contrarreloj se activó el operativo, que contó con la asistencia del grupo de “autoayuda”, formado pocos años antes. Francisco, uno de los miembros, recorrió toda la ciudad para conseguir los químicos. María se puso en contacto con los científicos norteamericanos para que los guiaran en la “microcirugía”. Rodolfo, justo de viaje, siguió la proeza a la distancia.
9:30 Apenas fallecida cubrieron su cabeza con bolsas de hielo.
11:30 Llegó una ambulancia al hospital y pusieron el cuerpo en una caja rodeada de hielo para transportarla a la funeraria, donde arribó a las 12:30.
12:45 El Dr. Balmaceda y el tanatólogo Daniel Carunchio comenzaron a perfundir el cerebro insertando un catéter en la arteria carótida derecha. La perfusión duró una hora y 45 minutos.
16 Empezó la extracción del cerebro.
17:15 Ni bien terminó la extracción colocaron el cerebro en un recipiente de plástico relleno de agua helada.
Después siguió un congelamiento paulatino. Primero el cerebro se guardó en una heladera a 2 grados. El mismo día pasó a un congelador estándar a 16 grados bajo cero. Sobre la medianoche del día siguiente se agregó hielo seco para bajar aún más la temperatura. A las pocas horas se colocó el recipiente con el cerebro, envuelto en toallas, en una caja con hielo seco. Al final, el 12 de septiembre, tres días después de la muerte de Beatriz Bilone, la caja se almacenó en un “ultracongelador”, primero a -70 grados y luego a -80.
El cerebro permaneció en el ultracongelador hasta el 4 de febrero de 2019. Dentro de una caja más grande, rellena de hielo seco, fue trasladada por correo al aeropuerto para su transporte aéreo hasta Los Ángeles, donde está la sede de la 21st Century Medicine, la organización más importante en materia de investigación de criobiología. Ya cuatro años después, hoy, están terminando un estudio para ahora sí, por fin, llevar el cerebro a las instalaciones de Alcor, donde permanecerá años y años, quizás siglos.
-Es una posibilidad -dice María, que también ya tiene un contrato firmado para criopreservarse cuando muera-. Morirse sin criopreservarse te da absolutamente cero posibilidades. Haciendo esto, te da una chance. Quizás sea muy muy pequeña, pero es una chance.
El procedimiento
1. Si los médicos lo consienten, antes de morir al paciente se le administra heparina, un anticoagulante para que mantenga la sangre fluida.
2. Una vez muerto, al paciente se le coloca una vía en la arteria carótida y se le infunde una solución criopreservadora para impregnar todo el cerebro con esta solución. También se hace un corte en la vena yugular para eliminar la sangre que vuelve del cerebro.
3. Se coloca el cadáver cubierto de hielo seco dentro de una caja y se lo envía por avión o vía terrestre al centro criónico elegido.
4. Ya en el centro criónico, se lo coloca dentro de una bolsa de nylon y se lo cuelga boca abajo dentro de un “termo” gigante llamado criostato, relleno de nitrógeno líquido a -196 grados, donde aguardará por tiempo indefinido.
Preguntas frecuentes
¿Algún mamífero ya fue criopreservado y revivido?
No, ninguno. Hasta hoy, solo se pudo reemplazar la sangre de perros y monos con una solución que se enfrió por debajo de los 0 grados, para luego proceder al recalentamiento y reactivación. Los únicos animales que fueron sometidos al proceso de criopreservación -es decir, fueron congelados en nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero y luego reanimados- son los gusanos nematodos. La diferencia es que se los congela mientras están vivos.
Suponiendo que en el futuro se pueda desarrollar una tecnología con ese potencial, ¿qué es lo que debería ocurrir para revivir a un paciente? ¿Cómo se pasaría de la descongelación a la reanimación?
Cuando la congelación y la descongelación es instantánea en gusanos, las células se mantienen en el mismo lugar donde estaban antes de ser sometidas al congelamiento. Por ende, la gran mayoría de los gusanos consiguen ser reanimados. La complejidad con los humanos es que, primero, solo se los congela una vez muertos. Y segundo, son mamíferos de gran tamaño, que encima se los debería reparar molecularmente.
¿Se puede congelar a una persona viva?
No, es ilegal y no hay ninguna empresa que brinde ese servicio. Las organizaciones pretenden que algún día sea posible, en “condiciones cuidadosamente controladas”, para pacientes terminales.
¿Con qué edad reviviría la persona suponiendo que pueda ser reanimada en el futuro?
Al revivir, lo haría con la edad cronológica con la que murió. La esperanza de quienes se congelan es que, para el tiempo que sea posible la reanimación, ya existan tecnologías no solo para curar la enfermedad por la que murieron, sino que se hayan logrado avances significativos en el rejuvenecimiento.
De funcionar la criopreservación, ¿la persona renacería sin daños?
La criónica podría “funcionar” en varios grados. Según Max More, es posible que una persona reviva, pero con alguna pérdida de memoria u otros daños. Por eso la opción de la neuropreservación es requerida. Además de ser menos costosa, el cerebro es más fácil de transportar. Son las únicas células verdaderamente esenciales que deben conservarse. Ahí es donde residen la memoria y la personalidad. Probablemente, dice, sea más fácil reemplazar un cuerpo por un avatar que regenerar uno fallecido.
¿En algún momento una persona podría llegar a ser criopreservada infinita cantidad de veces? Es decir, ¿vivir una vida eterna?
La idea de la criónica es que se lleve a cabo una sola vez. Si en algún momento una persona es reanimada, será en un futuro en el que se presume que podrá ser rejuvenecida y vivir indefinidamente. Por lo cual no sería necesario repetir el procedimiento de congelamiento y descongelamiento.
Fuente: Entrevistas de Infobae a Max More, presidente de Alcor Foundation, y a Dennis Kowalski, presidente de Cryonics Institute
El escepticismo
Lo único que sabemos desde el momento cero, la única afirmación que podemos hacer respecto a nuestro destino es que en algún momento moriremos. No sabemos cuándo ni cómo, pero sí que sucederá. Es la única predicción ajena al más mínimo margen de error.
Cuando el envite es tal que desafía una máxima tan contundente, reina el escepticismo. La inmensa mayoría de los científicos que opinan sobre las posibilidades de que la criopreservación de humanos funcione son tajantes: no hay ninguna posibilidad, dicen, de que se invente una tecnología capaz de revivir y darle una vida eterna a una persona que murió y permanece congelada.
Juan Carlos Izpisúa, biólogo español, una de las máximas referencias en el campo de la medicina regenerativa, comparó la criopreservación con “congelar un filete”, un pedazo de carne. “Si uno congela un filete putrefacto, cuando lo vuelva a descongelar seguirá putrefacto. Si uno congela un filete que está bien, estará bien, pero seguirá estando muerto. No se resucita. Me resulta muy difícil de entender ese argumento de que se puede congelar un órgano o un organismo entero que ha dejado de funcionar. Estamos hablando de algo que no tiene sentido”.
Y las opiniones en esa línea se multiplican.
Otro experto, Ken Miller, codirector del Centro de Neurociencia Teórica de la Universidad de Columbia en Nueva York, también desechó la hipótesis de que congelar solo el cerebro de un humano sea más viable. “Han de pasar al menos miles de años antes de que sepamos y comprendamos realmente cómo funciona el cerebro hasta el punto en que se puedan tomar todas las piezas y volver a unirlas y convertirlas en una mente. Es demasiada la complejidad. Son niveles y niveles y niveles y niveles, que están más allá de la imaginación”.
Y pese al rechazo casi unánime de la comunidad científica, un grupo -por ahora pequeño- hace oídos sordos a las advertencias. O incluso conociendo las dificultades, como la argentina Beatriz Bilone, eligen “jugarse un pleno”.
Quienes llegan a desembolsar varios miles de dólares en una apuesta más que improbable tienen diferentes motivaciones, cuenta Max More, presidente de Alcor. La mayoría quiere seguir disfrutando de la vida, de los viejos hábitos y de los póstumos, aprendiendo de un mundo que mutará y, asumen, se volverá cada vez más interesante. “Quieren criopreservarse porque no creen que haya ninguna obligación de morir solo porque nuestro cuerpo nos falla”, dice el ejecutivo.
El científico platense Rodolfo Goya cita al tecnólogo Ray Kurzweil, una de las mentes detrás de Google, para zanjar su propia disyuntiva: “Alguna vez escribió que no deberíamos celebrar nuestras propias limitaciones”. Para él, la muerte no le da sentido a la vida. Al contrario, piensa que nadie que goce de buena salud física o mental estaría dispuesto a abandonarla. “Con la muerte se acaba todo. Si no jugás tu carta criónica y vas a parar bajo tierra, no tenés ninguna opción”, dice y acomoda sus pensamientos: “Nuestra filosofía -la mía- es esa. Jugar nuestra carta”.