Si bien hubo presencia francesa durante el período colonial, el flujo migratorio aumentó de manera significativa a partir de la década de 1830, a pesar de la xenofobia antifrancesa que marcó parte del gobierno de Rosas. Tras la organización nacional, la llegada de inmigrantes galos atravesó dos etapas bien definidas. Durante la primera, entre 1860 y 1890, su arribo fue importante –eran terceros después de España e Italia–, en particular los vascos españoles. La segunda etapa, iniciada tras la crisis de 1890, se caracterizó por ser de grupos menos numerosos, como la de alemanes e ingleses. La Primera Guerra Mundial produjo saldos migratorios negativos como consecuencia del retorno de franceses y, en menor medida, también de franco-argentinos para luchar en la defensa de Francia. Tras la guerra, los arribos continuaron en torno a los 1.500 inmigrantes anuales y con saldos ligeramente positivos.
La historia del flujo francés se caracterizó, en suma, por una evolución paradójica: de considerable importancia numérica hasta 1890, en relación con el resto de las llamadas migraciones tempranas, pasó a ser minoritaria durante la inmigración masiva. Esta evolución obedeció, en parte, a las crisis económicas argentinas, como las de 1876 y 1890, pero, sobre todo, a factores del país de origen, como el temprano descenso de la natalidad, que evitó el exceso de población y la existencia de un campesinado numeroso y persistente, dos factores bien conocidos del excepcionalismo francés en Europa.
El flujo francés se caracterizó por una evolución paradójica: fue muy considerable, en relación con el resto de las llamadas migraciones tempranas, hasta 1890. A partir de ahí, pasó a ser bastante minoritario respecto de la inmigración masiva.
Vistos en conjunto, entre 1857 y 1924, ingresaron al país 226.894 franceses, si bien más de la mitad de ellos (53%) regresaron a Francia o emigraron a otros países. Dado el pronto y atípico ciclo migratorio, su presencia se redujo del 2,4% de la población del país en 1895 a un escaso 1% en 1914. A pesar de esta evolución, Argentina albergaba hacia 1910 a la colonia francesa más significativa del mundo en términos proporcionales a la población total.
La gran mayoría de los inmigrantes que llegaron al Río de la Plata provenían del sur de Francia, fundamentalmente de los departamentos de Haute Garonne, Corrèze, Gironde, Dordogne, Landes, Gers, Lot et Garonne, Tarn et Garonne, Aveyron, Hautes Pyrénées y Pyrénées Atlantiques. También fueron importantes los departamentos de la Seine, dado el peso de París, y Bouches du Rhône y Seine Maritime, que contaban con los importantes puertos de Marseille y Le Havre, respectivamente. En general, los emigrantes del noreste francés partieron hacia América del Norte, mientras que los del sudoeste, región más latina y católica, se dirigieron al Río de la Plata. El idioma jugó también un papel importante para la elección de este destino, ya que buena parte de los inmigrantes provenía de regiones en las que, hasta bien entrado el siglo XIX, predominaban las lenguas occitanas, lo que facilitaba la adquisición del español. Igualmente relevantes fueron las redes sociales con familiares, amigos y coterráneos, que hacían más amigable el viaje e instalación de los migrantes, y las relaciones de larga data entre el Río de la Plata y el suroeste francés a través del puerto de Bordeaux.
La composición de los llegados al país es conocida de modo imperfecto, ya que las estadísticas no preguntaban por los lugares de origen de quienes arribaban. A grandes rasgos, sin embargo, los vascos fueron, junto con los provenientes de la colindante zona del Béarn, el más importante de los elementos de la colonia francesa en Argentina, especialmente antes de 1880. Mientras los vascos franceses se expandieron por la pampa y alcanzaron las zonas de frontera en un proceso básicamente individual o familiar, los bearneses y los aveyroneses, menos numerosos, combinaron los movimientos espontáneos con su participación en empresas de colonización, como ocurrió con la participación de bearneses en las colonias de Santa Fe y, sobre todo, con la aveyronesa de Pigüé (Buenos Aires), la más emblemática colonia francesa de Argentina.
Los franceses tenían mayor tendencia a contraer matrimonio con la población nativa, lo que los diferenció, en este plano, de comunidades más endogámicas, como la inglesa, la alemana o la danesa.
La distribución de los franceses en el país fue similar a la de la inmigración europea en su conjunto, ya que se instalaron, más que nada, en el Litoral (Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos) y, particularmente, en la Capital Federal. También hubo una presencia importante en Mendoza, donde vitivinicultores franceses, emigrados tras la crisis de la filoxera, contribuyeron a desarrollar, a partir de 1870, el cultivo de la vid.
La actividad económica desplegada por los franceses fue muy importante y su aporte dio lugar al surgimiento de numerosos establecimientos industriales y agropecuarios. Su activo rol ha dejado rastros indelebles en la ganadería y sus industrias derivadas, gracias a hombres como Daireaux, Capdeville y Luro, en los saladeros (Cambaceres), en los frigoríficos (Tellier, Cané) y en la vitivinicultura y la irrigación (Iselin, Balloffet, Buisson). Las distintas ramas de la industria argentina, que tiene en la inmigración uno de sus elementos fundantes, también contaron con la decidida contribución francesa. Figuras como las de Hileret, Saint Germes o Nougués en la industria azucarera, Bieckert en la cervecera, Pourtalé e Hittier en la harinera, Errecaborde y Nicol en la lechera, por citar solo algunos nombres, contribuyeron decididamente al surgimiento y expansión de tales actividades. Los franceses detentaron también el control de sectores importantes del comercio de importación y de exportación y del mundo de las finanzas. Sin duda, la llegada más temprana al país favoreció el éxito de aquellos que pudieron integrarse a una estructura social relativamente abierta que permitía el ascenso social de los extranjeros, situación que será mucho más difícil para los que arribaron en etapas posteriores.
El éxito de la comunidad en general no debe hacer perder de vista que los inmigrantes se caracterizaron por una enorme variedad de ocupaciones, que incluían desde profesional calificado (científicos, misioneros, maestros y educadores de renombre) y exiliados políticos (desde oficiales napoleónicos en 1814 a miembros de la Comuna de París en la década de 1970, pasando por los de las revoluciones de 1830, 1848 y el golpe de Estado de 1851) hasta una auténtica emigración popular. Esta última también era heterogénea, ya que integraba propietarios empobrecidos, artesanos de variados oficios, jornaleros agrícolas que huían de la proletarización, migrantes con escasa calificación laboral y mujeres empleadas en el servicio doméstico o que terminaron en los burdeles de las grandes ciudades, pluralidad de situaciones presente, por ejemplo, en las siempre ilustrativas letras de tango. Dada esta diversidad de calificaciones y destinos, no resulta extraño que el grupo francés ocupe un lugar intermedio entre las llamadas migraciones de elite, como la inglesa, y las migraciones de masas de la Europa del sur, posición intermedia verificable también en sus niveles de alfabetización y sus condiciones de vida.
Los bearneses de Santa Fe y los aveyroneses de Pigüé son las colonias francesas más emblemáticas.
Al igual que otros grupos migratorios, los franceses tendieron a agruparse en determinados barrios. En el caso porteño, por ejemplo, los inmigrantes de profesiones más calificadas (ingenieros, técnicos y empleados de empresas francesas, pero también profesores, gobernantas y personal doméstico que trabajaba para la clase alta argentina) habitaban, sobre todo, en el centro y en el barrio de Belgrano, mientras que los dedicados al comercio, la hotelería y los cafés vivían en zonas cercanas a la Plaza San Martín. Las sedes de las asociaciones comunitarias y los espacios de sociabilidad étnica, por su parte, se concentraban en el rectángulo de las calles Uruguay-San José, Paseo Colón-Paseo de Julio (actual Leandro Alem), Venezuela y Juncal. Esta distribución no debe hacer olvidar que, salvo pocas excepciones, los barrios de la ciudad tenían una significativa mezcla de individuos e instituciones de muy diversos orígenes.
Un rasgo propio de la comunidad francesa fue su mayor tendencia a contraer matrimonio con la población nativa, lo que los diferenció, en este plano, de comunidades más endogámicas, como la inglesa, la alemana o la danesa. La menor distancia cultural e idiomática, entre otros factores, contribuyó a acelerar su integración, tanto en los matrimonios como en otras áreas de la vida social y cultural. La integración fue más rápida en las ciudades intermedias de la pampa gringa que en las colonias y en las ciudades de gran tamaño, como Buenos Aires, Rosario o Córdoba, donde la proximidad espacial y el tejido comunitario eran más fuertes.
Los franceses tuvieron, asimismo, una activa dirigencia étnica que articuló múltiples acciones colectivas, realizó fiestas y conmemoraciones patrióticas en homenaje a la madre patria y, sobre todo, creó instituciones de gran importancia. Desplegaron un notable esfuerzo en la creación de diarios, hospitales, centros culturales y sociedades de socorros mutuos que contribuyeron a incrementar sus vínculos con la sociedad argentina. Entre la larga lista de instituciones creadas, principalmente en la capital del país, deben destacarse, ante todo, las sociedades de socorros mutuos, orientadas a ayudar a los afiliados en temas asistenciales y benéficos, y de las cuales L’Union, fundada en 1854, tuvo el mérito de ser la primera asociación mutual del país. Este rol pionero es visible también en instituciones como el Hospital Francés (1845), dependiente de la Sociedad Filantrópica Francesa, creada en 1832. Otras instituciones, como el Club Francés (1866) y el Centro Vasco Francés (1895), en cambio, tenían por finalidad la preservación de la identidad cultural nacional o regional.
Varios franceses dejaron su huella en la industria: Daireaux, Capdeville y Luro en la ganadería, Cambaceres en los saladeros, Tellier y Cané en los frigoríficos, Hileret, Saint Germes o Nougués en la industria azucarera.
A estas instancias permanentes se sumaron otras formas de sociabilidad, en particular las fiestas, sobre todo a partir de la proclamación, en 1880, del 14 de julio como fiesta nacional de Francia, celebración que por su carácter universal y sus múltiples connotaciones políticas y culturales se convirtió en la principal fiesta nacional europea en América Latina. Instituciones de gran peso económico como la Chambre de Commerce de Buenos Aires (1884) y medios de prensa como Le Courrier de La Plata completaban el andamiaje institucional de la comunidad hasta la Gran Guerra. Este episodio, de enorme trascendencia, produjo importantes movilizaciones comunitarias, pero también tensiones internas que, en muchos sentidos, marcaron tanto una revitalización como un momento de ruptura de la historia de la comunidad.