Es probable que, para los argentinos, la pandemia haya sido una durísima vuelta de página en nuestras vidas; algo que marca un antes y un después. Principalmente, por lo doloroso de haber perdido a familiares o amigos a causa del COVID-19, y también porque la gestión misma de la cuarentena obligó a tomar decisiones sobre las que no había antecedente y generó, a su vez, un descalabro económico. Hoy, cuando ya hemos retomado una vida “normal”, similar a la de prepandemia, parece un recuerdo lejano, pero que, en el fondo, no deja de tener un costo humano importante.
Muchos de los que perdieron a alguien por el virus no pudieron siquiera despedirlo o estar junto a esa persona en los minutos finales. Hubo problemas para conseguir respiradores o camas en los hospitales, las obras sociales no estuvieron a la altura, en muchos casos, y hasta en la fase más restrictiva de la cuarentena en algunas provincias como San Luis, donde fue asesinada Florencia Magalí Morales; en Santiago del Estero, donde un padre cruzó la frontera cargando a su hija enferma, o en Formosa, donde los positivos eran tratados como presos, hubo graves violaciones a los derechos humanos.
Ni hablar de los errores políticos no forzados: desde las demoras en las vacunas hasta el vacunatorio vip, sin dejar de lado que todo aquello que el dedo presidencial juzgaba se terminó cayendo por la foto de un cumpleaños no permitido en la residencia oficial. Así, con todo este peso a cuestas, que la vocera de la Casa Rosada atribuya un homenaje de aquellos que perdieron a sus allegados a un sector ideológico o político es más que un traspié en esta secuencia de irresponsabilidades. Es una verdadera portavoz de canalladas.