La tremenda columna de Osvaldo Bazan: ¿CUANDO?

La tremenda columna de Osvaldo Bazan: ¿CUANDO?

Estamos esperando y no sabemos qué.

Esa es la sensación generalizada.

Estamos esperando y no sabemos qué.

Para entender que éste es el estado general de la sociedad no hace falta consultar a esas encuestas que, de ahora hasta el final del proceso eleccionario, volarán y se intercambiarán como balas de un “campamento” a otro.

“Búnker” o “campamento” son las palabras que a los analistas les gusta usar para hablar de los lugares de pertenencia de los partidos políticos.

Todo es batalla en la guerra de las elecciones.

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Las encuestas convertidas en balas dicen menos de la realidad que de la manipulación de la realidad, pobrecitas.

Todo es tan vertiginoso que nadie se toma el trabajo de ver qué decían las encuestas en la última elección presidencial; lo que podría ser un buen termómetro para confirmar la confiabilidad o no de esos estudios.

Es bueno a veces, en medio del vertiginoso torrente de nada que estamos viviendo, pararse y comprobar, por ejemplo, la infalibilidad -intentaré no repetir esta palabra que es tan difícil de leer- de aquellos trabajos.

En las elecciones presidenciales de 2019, Alberto Fernández consiguió el 48,1 % de los votos y Mauricio Macri el 40,37 %.

¿Qué decían las encuestas, semanas antes de las elecciones del 27 de octubre?

La Universidad de San Andrés decía que ganaría Fernández por 51% a 34%.

La encuestadora OH! Panel: 52% a 33%.

Gustavo Córdoba y Asociados: 52,2% a 32,7%.

Ricardo Rouvier: 52,3% a 34,3%.

Trespuntozero: 52,5 % a 34, 8% .

Clivajes: 53,7% a 33,2%.

Proyección: 53,8% a 33,4%.

Federico González & Asociados: 54,1% a 30,2%.

Todas las encuestadoras más importantes del país, poco antes de las elecciones del ’19 le daban a Fernández entre 3 y 6 puntos más de los que tuvo y a Macri entre 6 y 11 puntos menos de los que tuvo.

La diferencia a favor de Fernández fue de 7,73 puntos porcentuales.

La Universidad de San Andrés daba 17 puntos a favor de Fernández; Oh! Panel le daba 19; Gustavo Córdoba y Asociados le daba 19,5; Ricardo Rouvier le daba 18 puntos; Trespuntozero aseguraba que Fernández le ganaría a Macri por 17,7; Clivajes ponía la cifra de Fernández por sobre la de Macri en 18,9; Proyección lo daba en 20,5 y Federico González y Asociados en 23,9.

Se equivocaron en la diferencia entre 9,27 (San Andrés, la más “exacta”) y 16,17 (Federico González y Asociados).

Era todo sarasa.

Todo.

 Sin embargo, esos datos se difundieron profusamente en todos los medios de comunicación (sin grieta para el asunto) como válidos y de ahí se partió para hacer análisis sesudos llenos de palabras esdrújulas, intentando influenciar al electorado.

¿Para qué sirve una balanza que varía su resultado de acuerdo a quién ponga el peso en los platillos?

Sin embargo, seguimos hablando de encuestas como si no existieran estos antecedentes.

Habrá miles de explicaciones de por qué el margen de error es tan grande; explicaciones van desde la picardía o falta de voluntad de los encuestados hasta fallas metodológicas de los estudios, y claro, la intencionalidad de encuestadores y difusores de esos trabajos.

No importa.

Lo que importa es que parece que las encuestas pueden dar el aroma, pero no el sabor; el tono, no el color.

Volviendo al punto, sin usar encuestas carísimas de asesores serios o no tanto, lo que se palpa en el país, el fantasma que lo recorre, es el de la espera.

Giovanni Drogo, en “El desierto de los tártaros”, la novela de Dino Buzzati, es un oficial al que mandan a la frontera del desierto. ¿Su misión? Esperar a los enemigos tártaros.

Espera.

Y espera.

Y espera.

Pero los tártaros no llegan.

Y todo se hace espera.

No hay cómo avanzar en la vida porque lo único que se hace es esperar.

Y esperar.

Y esperar.

Y ya no importa ni cómo ni por dónde vendrán los tártaros.

Todo es claustrofóbico en el desierto, todo es asfixia.

Porque todo es espera.

Todo es monotonía y descenso, porque todo es espera.

No hay proyecto posible, porque todo es espera.

¿Nos casamos? Esperemos.

¿Me mudo? Esperemos.

¿Cambiamos la heladera? Esperemos.

¿Empiezo el curso? Esperemos.

¿Cambiamos el auto? Bueno, autos no hay.

“¿Y si se va todo al carajo?”, es la pregunta que recorre el país.

“Ya estamos en el carajo” es una respuesta posible.

 “¿Y si ya estamos en el carajo, adónde vamos?”, es una pregunta sin respuesta.

La incertidumbre es el gran veneno para el futuro.

Si algo hay que reconocer, es la coherencia del gobierno.

Hace tres años el dicen que presidente le aseguró, orondo él, al Financial Times: “Francamente, no creo en los planes económicos”.

Esa falta de credibilidad, de la que se empapó, es la que nos arruinó todos los planes.

Por eso puede decir “inauguro un aeropuerto, espero que no lo usen” en la apertura de un edificio que estaba a punto de ser inaugurado hace tres años. Porque no cree en planes.

Como si un plan fuese una fe. Se sabe, lo dice Loris Zanatta cada vez, el peronismo es una religión.

Mientras tanto, todos esperamos.

Matan colectiveros, crece el narcotráfico, se hunde la moneda, aparece el desabastecimiento, se cortan las calles, se van las empresas.

Y esperamos.

Viene el dengue.

Y esperamos.

Se corta la luz.

Y esperamos.

Cierran los comercios.

Y esperamos.

Se van los jóvenes del país.

Y esperamos.

Se destrozan las jubilaciones.

Y esperamos.

Crece imparable la bola de deuda.

Y esperamos.

En el medio, el espanto.

Esta semana, el sitio “Bichos de Campo” contó una situación muy impresionante que marca el grado de anomia que está sufriendo el estado en todos sus estamentos.

El sitio del periodista Matías Longoni contó lo ocurrido en la empresa avícola Santa Ana, en Corrientes, donde trabajan 300 personas. El 4 de abril un funcionario de SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) había ido a la empresa para tomar muestras de las aves por el peligro de la Influenza Aviar, una enfermedad espantosa porque, como no tiene cura, obliga a matar a toda la producción del lugar. El buen hombre -según se ve incluso en las cámaras de seguridad del lugar-ni entró a los galpones ni tomó contacto con las aves. Dejó los kits para tomar las muestras a la veterinaria del lugar, quien supuso con toda razón -ya que no está capacitada para tomar las muestras- que el trabajo lo haría el funcionario.

Pero el funcionario se fue como vino.

No hizo nada.

¿Resultado?

Los kits volvieron vacíos al SENASA.

El 6 de abril, desde la institución, llamaron a Lisandro Enciso, el dueño de la Avícola Santa Ana y le dijeron que “los resultados habían dado negativos”.

Eran los resultados de una muestra que nadie hizo, claro.

Más raro aún fue que esa misma noche, otra vez desde el SENASA, llamaran a la avícola para avisarles que habían dado positivo 20 gallinas en esos análisis que nadie realizó.

La única solución: que la empresa sacrificara a sus 200.000 mil gallinas, situación a la que fue intimada por el SENASA.

Se decretaba así el fin a 40 años de la empresa y la desaparición de centenas de fuentes de trabajo directo.

Cuenta “Bichos de Campo” que Avícola Santa Ana se presentó en la justicia, consiguió un segundo análisis (en realidad, un primer análisis, porque el anterior nunca se produjo) que determinó que no hay en los galpones de la empresa ningún rastro de la enfermedad.

¿El SENASA falsificó 20 resultados?

 ¿Con qué intención?

 ¿Para beneficiar a quién?

 ¿Para perjudicar a quién?

 ¿Cuán confiable es ahora el instituto que debe velar por la calidad de los productos que consumimos?

 El botón sirve de muestra.

 Este es el estado del Estado.

 Mientras tanto, esperamos.

 Ni noticias de los tártaros, ni noticias de Godot.

Vemos todo derrumbarse alrededor e intuimos que esto está recién empezando. Que a diferencia de lo que vocifera la vocera, la tenebrosa Ministra de la Verdad, esto no es lo peor de la sequía. Lo peor de la sequía está por venir. Por ahora sólo se anunció que el campo no pondrá 20.000 millones de dólares de los que siempre puso. Ahora se verá el resultado de esa ausencia.

Y esperamos.

Nadie se está haciendo cargo del gobierno en ningún área.

Y esperamos.

Pero hay algo peor que la inacción del Estado. Es cuando el Estado mismo crea los problemas.

Es lo que pasa en el Chaco.

Ariel Lovey, intendente de Quitilipi en Chaco dice adelante de sus vecinos: “La delincuencia aumenta porque la venta de falopa se volvió tan común que ‘todos saben quién y dónde’ se comercializa. Estoy cansado de que la gente me putee diciéndome ‘usted no hace una m…,’ (…) si sabemos que en barrios como la Quinta 49 se encuentra el mayor proveedor de drogas tenemos que buscar la forma de atacar, pero también pido que se haga una investigación para adentro de la comisaría, para encontrarle una solución a esto (…) Nadie se quiere meter con eso, acá hay gente involucrada y muy pesada; se sabe nombre y apellido, quienes son los que traen, quienes distribuyen, los que generan, pero cuando quisimos ir a hablar con la policía nos dijeron que no porque hay ciertos agentes que están involucrados; entonces yo me estoy jugando la cabeza porque acá se sabe quién es el grandote y quien es el chiquito y lo mismo no se hace nada”.

Las declaraciones salen en el diario Norte y ¿saben cuál fue la reacción de la ministra de seguridad de la provincia de Capitanich, Gloria Zalazar?

Denunció al intendente por incumplimiento de los deberes de funcionario público en concurso ideal porque Lovely -que está amenazado por los narcotraficantes- debía hacer las denuncias formales.

No, no lo acompañó a hacer la denuncia, no puso la provincia a disposición.

Lo denunció.

Hay denuncias penales realizadas por madres de chicos adictos contra policías de la localidad hace más de un año. La justicia ni las miró.

Lovely -presionado- intentó desdecirse pero el diario Norte mostró las declaraciones grabadas y el intendente ahora se encuentra bajo fuego cruzado.

No es la primera vez que Capitanich y su gente se enteran de lo que ocurre en Quitilipi. Ya el cura Fernando Sosa, que dirige la casa de rehabilitación Granja María Auxiliadora había dicho exactamente lo mismo. Pero al cura todavía no lo denunciaron. Eso sí, las cámaras prometidas por la ministra Zalazar a la comunidad de Quitilipi, jamás llegaron.

Mientras tanto, esperamos.

Alberto desvaría en su mundo narnia.

Cristina se enoja; sus nietos, contentos.

Massa massea massarasa y es todo lo que hace, porque el círculo rojo lo sigue prefiriendo; saben que con él no corren riesgo de aparecer en ningún cuaderno de coimas. Nadie se tira tiros en el pie.

Berni besa la lona.

Axel miente.

Aníbal Fernández amenaza con sangre.

Milei maltrata a todo el mundo mientras se asocia con la denostada casta.

Juntos por el Cambio se pelea a los gritos agregando ruido innecesario al ruido innecesario.

Y esperamos.

La buena noticia es que la amenaza ahora no llega a diciembre. Llega a las PASO.

Dicen los que dicen que saben que en las PASO habrá catástrofe para el oficialismo y ahí arderá lo que aún quede en pie.

Que será el Éxodo Jujeño del siglo XXI.

Que tirarán del mantel y “después de mí, el diluvio” dirán estos LuisesQuinces ensamblados en La Matanza con asesoramiento de los organismos de derechos humanos, los artissstas, los UIA y los AEA y las Beatricessarlos y los periodistas complacientes.

Todos los responsables de la situación hoy están en disparada; es el sálvese quien pueda más grande que hemos vivido en generaciones.

En este contexto, dicen y hacen unas barbaridades que sólo hace un mes -en donde ya estábamos en el fondo del pozo- parecían imposibles.

Hoy es un límite que la vocera se ría de los gastos ocultos de los viajes al exterior de las comitivas kilométricas porque total con eso no se paga la deuda externa mientras se mueren bebés en la vereda de la Casa Rosada.

Mañana será peor.

Mientras tanto, esperamos no sabemos qué, pero guardamos un poco de angustia porque intuimos que la vamos a precisar.

El año que viene, el ’24, la inflación será mayor a la enorme del ’23.

No hay manera de que no lo sea.

Es el diluvio que dejarán los Luisesquinces, que el 11 de diciembre gritarán exigiendo paraguas.

Ahí será que deberemos usar la paciencia que estamos gastando ahora.

Habrá que recordar que Baradel -paradito haciendo número en un acto exigiendo que no proscriban a alguien que no está proscripto- no dijo nunca una sola palabra sobre el hecho de que 6 de cada 10 alumnos pobres no llegan al nivel más básico de lectura.

Habrá que recordar que Tombolini dice que la culpa de la inflación es de los almacenes y los mercaditos chinos, justamente aquellos que fueron dejados de lado en su desfachatado contubernio con los supermercados grandes.

Estamos en pausa.

Hoy no hay poder, no hay Estado, no hay gobierno.

Todos los funcionarios desconfían de todos los funcionarios.

Cada gobernador, cada intendente, cada director de área, cada secretario, cada subsecretario, cada asesor del subsecretario, cada cadete del asesor del subsecretario, se aferra a su quintita, angurrea lo que puede; tienen pánico al futuro.

Es justificado.

Nadie sabe qué se viene.

Ya no aguantamos más ser Giovanni Drogo esperando a los tártaros.

No va a venir Godot.

¿Cuánto tiempo más vamos a perder asistiendo al espectáculo de estos Nerones de pacotilla?

¿Cuánto tiempo más podremos estar detenidos, sin movernos, sin respirar, aguardando no sabemos qué?

 ¿Cuándo vamos a recuperar nuestras vidas?

 ¿Cuándo vamos a empezar a vivir?

*Dedicada al colega Marcelo Torrez porque la idea de esta columna surgió en su programa de radio de LV10.

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