Argentralia

- Por Osvaldo Bazán
Argentralia

La mayor sequía de la historia le hizo perder al país miles de millones de dólares. Una nación que había sido una de las dos más ricas del mundo -Argentina y Australia lo fueron- desciende por 80 años lentamente la escalera.

La sequía vino con polvo y cenizas que no permiten respirar a los ciudadanos.

Cae la producción de trigo, cebada, avena, arroz, algodón, azúcar.

Los animales que no mueren en el campo, desfallecen; no hay comida para ellos.

Aumenta el déficit público y desciende la cantidad de chicos que termina el colegio.

En lo educativo, el país tiene el peor desempeño de toda la región.

PUBLICIDAD

La inflación llega a picos históricos.

La población, angustiada, está convencida: el país está a un paso de decretar la decadencia permanente.

Sus habitantes hacen las valijas, el aeropuerto internacional parece ser la única salida.

Lo sienten: ya no habrá país.

No es Argentina 2023.

Es Australia 1983.

Alguna vez, australianos y argentinos fuimos los más prósperos del mundo. Enormes riquezas naturales en el comienzo de las naciones nos dieron una ventaja inconmensurable.

Caímos.

Australia se levantó y cada australiano gana hoy 62.191 dólares al año. Un argentino que gana 13.500 dólares al año es ABC1.

¿Qué pasó en la película “Australia 1983” para que todo haya cambiado allá y nada acá?

Dijeron “¡basta!” y dieron el volantazo de sus vidas que los salvó.

A ellos, a sus hijos, a sus nietos.

Y a los argentinos que ven hoy en aquella isla continente una salida que acá no encuentran.

No hay recetas universales; ellos son ellos, nosotros somos nosotros; ellos tienen una base protestante, nosotros católicos apostólicos y romanos. Quizás también sea una parte de la diferencia pero cómo saberlo.

Hay otras distancias: la profundidad del pozo del que salir, el lugar en el mundo, la cercanía con China, lo despoblado del territorio, la influencia sajona, la influencia latina.

Pero también hay muchas similitudes.

¿Se pueden hacer acá las cosas que se hicieron allá?

¿Tendrían sentido?

¿Las estamos demandando?

¿Habría quién las lidere?

¿Nos las bancaríamos?

El 5 de febrero de 1983, apenas Bob Hawke ganó las elecciones para Primer Ministro se encontró con que “la pesada herencia” recibida era el déficit más grande en la historia de Australia.

No había terminado de ver dónde ponía los cuadritos de su familia en el escritorio que le avisaron: ese día se habían fugado del país 645 millones de dólares.

El alerta era claro, existía “la posibilidad de un destino de Argentina para Australia, un futuro estancamiento económico, intolerancia, decadencia política y nostálgicos recuerdos de una buena vida”, escribieron Tim Duncan y John Fogerty en “Australia and Argentina: on Parallel Paths” como citó en su blog el argentino Luis Lafosse, que trabaja en planificación y gestión estratégica de ciudades en Australia, donde vive hace más de diez años.

O sea, lo peor que le podía pasar a Australia era convertirse en la Argentina de 1983.

No hubo salida fácil.

Fue durísimo.

El 9 de diciembre del ’83, el gobierno declaró el cierre de actividad de los mercados y tomó una decisión crucial: liberó el precio del dólar.

La plata que tenían los australianos en sus bolsillos perdió casi el 60% de su valor en poco tiempo.

Sólo en el mes de abril del ’86 el déficit fue de 5.600 millones de dólares. No es una receta universal. No digo que sea la salida argentina; en todo caso, no así, sin anestesia en un país con la mitad de su población hundida en la pobreza.

Lo primero que entendió el primer ministro Hawke era que si no explicaba dónde estaban parados y cómo habían llegado hasta ahí, nadie lo acompañaría. El tamaño de la crisis a un tiempo le exigía y le permitía cambios profundos.

Lo que había que hacer era duro, difícil y caería sobre las espaldas de los australianos. El volantazo no sería sencillo.

Nadie lo iba a aceptar si no quedaba claro desde el comienzo.

Y se dedicó a hacer desde el primer día, educación económica.

Explicó el déficit como la madre de todas las frustraciones.

Gastar lo que no hay es el problema original.

Gastás lo que no tenés porque no querés problemas, pero así sólo agrandás el problema.

Gastás lo que no tenés entonces pedís para poder seguir gastando.

Y te prestan.

Con intereses.

Entonces debés más.

Y tenés que pedir más.

Porque el origen de todo es que no dejás de gastar.

Entonces seguís gastando pero además ahora debés lo que pediste para pagar lo que gastaste.

Y cada vez son menos los que te prestan.

Y cada vez te prestan por menos tiempo.

Y cada vez te piden más intereses.

Y es como el mínimo de la tarjeta.

 Un día explota.

Educar a la población en temas económicos básicos serviría por ejemplo para que no haya unos cuántos argentinos quejándose aún de que el gobierno anterior “nos endeudó por cien años”. Es un milagro haber conseguido algo así. Nos dieron un súper plazo para pagar. Pero bueno, esa educación no la tenemos. Por eso cuando alguien dice “votamos con el bolsillo” sólo se le puede responder “ojalá”. Si votásemos con el bolsillo, no hubieran ganado estos tipos.

Todos coinciden en que sin las explicaciones del caso, no hubieran podido imponer los cambios que finalmente le dieron a Australia la posibilidad de ser considerado hoy como el segundo mejor país del mundo para vivir, según el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas.

Y un argumento que resonó mucho en las discusiones parlamentarias: “O hacemos lo que tenemos que hacer o seremos Argentina”.

Cruz diablo, no querían eso.

Lo primero fue reducción de impuestos a la importación, algo que ya había comenzado pero que llegó en pocos años a ser menos del 5%.

En estos días circuló el video del Kun Agüero quejándose porque le retenían ropa deportiva en la aduana. Claro, eso empuja a la competencia, esa kriptonita a la que la UIA le huye desde siempre, con la cantinela hoy desvencijada de “proteger el trabajo de las y los argentinas y argentinos”.

Que a través de todos estos años lo que esa política ha conseguido es que la mayoría de la población trabaje en negro con sueldos de hambre, parece no quebrantar aquella creencia. Que las computadoras y todo lo electrónico se haya encarecido para todos los argentinos un 80% por el decreto 136/2023 firmado por los inefables Alberto Fernández, Agustín Rossi y Sergio Massa que beneficia a un puñado de empresas amigas, es parte del atraso y la pobreza en la que vivimos.

Tendrá que explicarlo el próximo gobierno.

Mucho.

Recordar que en septiembre del ’18 esos aranceles fueron eliminados.

Todos pagamos ahora más caro aquellos instrumentos que nos permitirían trabajar mejor, ser más eficientes y competir mejor en el mundo.

Algunas otras cosas hicieron en Australia para salir del pozo y no convertirse en Argentina.

Cuando acá alguien las quiere instrumentar, la Argentina del atraso pone el grito en el cielo. Se aducen consignas mofadas y slogans rancios. Pero nadie muestra un solo caso en donde esas consignas y esos slogans hayan dado buenos resultados. Sin embargo, son múltiples los ejemplos de éxito del sistema privado de jubilación, por ejemplo. Eso que hoy se lleva toda la plata del Estado nacional y que sin embargo tiene a los jubilados obligados a vivir de sus hijos, cuando los tienen.

En Australia hay un sistema de cuentas individualizadas, las empresas depositan en ella un porcentaje del salario -que comenzó siendo del 3%, ahora es de 9,5 y será del 12% en 2025-. Además, si alguien quiere sumar un aporte voluntario, puede hacerlo. Esa plata además, se deposita en fondos de inversión que cada trabajador puede elegir.

Todo trabajador tiene asegurada una pensión de 1424 dólares mensuales que se suman a los ahorros de una jubilación que el trabajador acumuló en su vida. Si su jubilación privada llega a un máximo, el Estado se ahorra de pagarle la pensión. Como trabajan en conjunto, más es tu jubilación privada, menos pone el Estado y libera esos fondos para ayuda social. “Centrelink” es la institución estatal para esa ayuda, por hijo, por desempleo, etc. Te ayuda hasta que conseguís un trabajo y entonces va bajando la ayuda hasta un umbral, ahí ya te defendés solito.

Si no llegás al umbral, te siguen ayudando.

Estamos hablando de una jubilación mínima de 1.424 dólares ($562.480 al dólar blue, el que hay), una cifra que en Argentina alcanza para estar en lo más alto de la pirámide social. Los jubilados australianos que cobran el básico son más ricos que los ricos argentinos, ya que acá una familia que -en su conjunto- gane más de 450.000 pesos es clase alta.

El sistema, llamado “Superannuation”, se instaló casi al mismo momento que lo hizo Cavallo en Argentina. Sólo que no hubo un Boudou australiano que metiese mano inconsulta y que llevase el sueño de una vejez tranquila a este presente de viejos pobres y descuidados.

Es también una cuestión de actitud.

Según una encuesta publicada en 2020, el 80% de los australianos cree que la responsabilidad de una buena jubilación es propia, no del Estado.

Para los australianos, el “Estado” no es una entelequia ubicada en una lejana casa del poder, llena de casta y caspa.

No.

Para los australianos, el “Estado” es su dinero. Por eso la corrupción está tan mal vista. No es que un político le roba “al Estado” que siempre es el otro. No. El político corrupto te está robando tu dinero. Si lo dijésemos así acá, sería más claro.

No es “el Estado” el que contrata gente por amistad, conveniencia o clientelismo metiéndola en su planta permanente sin tener en cuenta su capacidad o formación.

Es tu plata.

La tolerancia a la corrupción es muchísimo menor.

No hay diferencia entre conseguir un trabajo en el Estado o en el privado. Exámenes, referencias, capacidad. No hay otra manera.

Estamos como estamos porque somos como somos.

La buena noticia es que podemos cambiarlo.

Australia no era una sociedad brillante. Se cuenta que la construcción en 1973 del hermoso edificio de la Ópera de Sydney fue, en parte,para demostrar y demostrarse que eran una sociedad culta.

Se desreguló el transporte y las telecomunicaciones. Se privatizaron las empresas públicas y con eso se redujo la deuda. Hubo baja de impuestos a personas y empresas, pero antes, claro, se gastó menos.

¿Cómo consiguieron los gobernantes que el pueblo apoyase una propuesta de sangre, sudor y lágrimas?

Según pensó hace un tiempo Lafosse con un escrito que se difundió extensamente en redes, con un esquema muy parecido al que años después le daría a la Argentina su política de estado más exitosa, quizás la única en estos 40 años. La que dio origen al “Nunca Más”

A sólo cinco días de establecido en el gobierno, Alfonsín anunció la creación de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas. La sociedad necesitaba saber qué había pasado y Alfonsín lo interpretó. No hubo Pacto de la Moncloa ni acuerdo por debajo o de super estructuras.

 Hubo un plazo de 180 días y el llamado a personalidades destacadas sin importar su color partidario. En representación del congreso, tres diputados radicales y tres peronistas…ah, no, los peronistas no quisieron participar. Tampoco quiso ser de la partida el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos participó activamentey también contribuyeron todas las organizaciones de derechos humanos de la época. Bueno, todas no. Las Madres dePlaza de Mayo llamaron a no declarar. No todo entra en una película. Sin novedad en el frente.

¿Qué tiene que ver la CONADEP con el resurgimiento de Australia?

Hawke, el primer ministro, llamó a todos los sectores, para discutir todos los temas. Los sindicatos entendieron que sin crecimiento, toda paritaria era nada.

 En Australia hay dos instituciones con esquemas parecidos a la CONADEP, con muy buenos logros y que resultaron fundamentales para el despegue.

Una son las Royal Commissions. Cuando el Estado quiere saber algo -como ocurrió acá con los desaparecidos- convoca a una comisión con gente seleccionada por su formación e independencia. No pueden ser políticos en funciones. Las reuniones son filmadas, los resultados son públicos y como nadie duda de la capacidad de quienes las forman, esos resultados son potentes. Desde el funcionamiento de los bancos hasta el manejo de desastres nacionales. Todo puede caer en el ojo de una investigación ciudadana de calidad.

Otra de las instituciones es la Comisión de Productividad. Ahí se pueden estudiar temas sociales o económicos y está abierta a toda la comunidad. Independiente, transparente y abierta.

Otro dato importante es que en Australia los políticos no gestionan. Los políticos proponen políticas, obras, hechos. Lo discuten en el parlamento, discuten los presupuestos. Una vez discutidos, pasan a los ministerios y de ahí para abajo, quienes gestionan son los empleados estatales, elegidos por su capacidad y sin que importe si tienen pertenencia partidaria o no.

 No te pueden despedir sin causa pero las relaciones laborales están descentralizadas, no hay monopolios públicos y el país es el cuarto del mundo con mayor libertad económica. Todo lo contrario de lo que se marcó a fuego en el ADN argentino y que nos trajo hasta acá.

¿Quién era este famoso Bob Hawke que consiguió el sangre, sudor y lágrimas de los australianos?

Sentate.

El presidente de la CGT australiana.

Un sindicalista progresista, licenciado en arte, y derecho, estudiante de La Universidad de Australia Occidental y de la Universidad de Oxford, donde entró por una beca.

Sí, un sindicalista.

No imaginamos a un Moyano, un Viviani o un Baradel ganando una beca en Oxford, así como en Australia no se imaginan a un sindicalista que no esté trabajando a la par de sus compañeros de gremio y mucho menos uno millonario. Casi no hay huelgas en Australia -el bienestar las hace innecesarias- y cuando los maestros hicieron hace un tiempo un paro, lo anunciaron 30 días antes.

Por supuesto que no es un paraíso. La confianza en un Estado que funciona permite, paradójicamente, que se crea en ese Estado de tal manera que se producen excesos increíbles como ocurrió con la pandemia en Australia.

Hawke, sindicalista, del partido Laborista de centro izquierda llevó adelante con la sociedad un cambio traumático pero sumamente beneficioso. A partir de ahí el Laborismo ganó cinco elecciones consecutivas.

 Así como Alfonsín con la CONADEP entendió el pulso de la gente en un momento determinado de la historia argentina, Hawke lo entendió de la historia australiana.

Esta sociedad, nosotros, hoy, ¿qué estamos pidiendo?

El que prometa una salida fácil, ése, está mintiendo.

La sociedad que lo crea, decretará su muerte.

 

Comentar esta nota
Más de Opinión