No vuelvas, Messi

Rosario es la brasa encendida por grupos o familias que, parece, reciben, “cortan” la droga y la venden en la calle Por Mario Mactas
No vuelvas, Messi

Claro que queremos y admiramos a Messi, pero no vuelvas. No vuelvas a vivir aquí, si es que se te pasa por la cabeza.

Es un país lindísimo, no hace falta decirlo. Lo sabés bien, tan construido por una identidad invencible. Sus llanuras sin fin, los cielos, los Andes, selvas, ciudades que asombran en algunas de sus zonas, rincones preciosos, la costa marina de kilómetros y kilómetros, selvas, posibilidades de un futuro quizás imaginario donde el petróleo y el gas proveerán al mundo como maná cuando los hebreos errantes tenían hambre. Pero no se trata de la Biblia. Se trata del calefón. Bueno, bueno, sí, Lionel, pero pasa siempre lo mismo: parece que va a arrancar, pero todo se ahoga, como se decía con los motores de autos veteranos, tres o cuatro tipos y a empujar a ver si sale.

 Y no es que pase, que arranque, por seguir este pobre recurso comparativo: nada, no hay caso. Todo muy rico, como la gente sencilla agradece, gentil, después de una invitación. No camina, Lionel, querido genio. No vuelvas ni remotamente. Aquí hay mucha gente que trabaja sin el menor descanso para asentar una mediocracia despótica: la mediocridad es enemiga mortal del talento y de la decencia, de aquel que hace la diferencia, del buen corazón.

La gente -sí, la gente, como si se desplazara un brazo en el aire para expresarlo- es cada vez de peor calidad a la par del atraso intelectual que impide salir del pozo y vivir con la mínima satisfacción de lo necesario: trabajo, educación, flexibilidad de pensamiento, libertad, respeto por los que tienen que empezar la vida o encaran la recta final. Pensalo, Lionel: un lugar desquiciado, invertebrado, pobre a pesar de los pesares -se ha robado siempre mucho, Lionel-, un país de papeles y promesas melifluas en las que nadie cree siquiera en lo contrario de lo que se promete.

No existe, no hay posibilidad de pensar sin dogmas de piedra. Hay que ser eso o aquello. Seguro que lo ves claro desde tu inteligencia soberbia, capaz de unir mente y cuerpo en instantes de gran belleza, de arte y euforia. No vuelvas, Messi.

Así como el perverso cabeza de termo se encargó durante años de criticarte y denostarte: frío, lento, bajoneado, mientras camina los partidos -a vos, estratega que ve todo el juego en cualquier momento-, “no sos de acá”, hasta que tuvieron que bajar la testuz de bestia. Ahora, sí, capitán del campeón del mundo, con un poco de orgullo y autoestima en el peor momento, pobrecito país que no pega una y siempre toma por el camino viejo, de tierra, como el ochenta por ciento.

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No vuelvas, Messi.

La ráfaga contra las persianas de uno de los súper que tienen los Roccuzzo -unos fueron vendidos y el atacado es el que dirige y maneja tu suegro en Rosario-, a las tres de la mañana: una moto, un tipo baja y tira, no sin dejar una nota: “Messi, te estamos esperando, Javkin es narco y no te va a cuidar”, el intendente de Rosario (precisamente Javkin) grita por ayuda y sugiere que hay complicidades en las fuerzas de seguridad. ¿Se dice todavía chocolate por la noticia?

Ayer murió de varios tiros -era un grupo de chicos en la vereda, de día- un rosarino de once años. Se ve por televisión a un buen periodista dialogar con un sicario, un asesino a sueldo, desde luego de espaldas, con una gorra y tapada por una túnica blanca: “Es mi trabajo. Lo hago solo. La tarifa es de 50 lucas, pero puede subir. Solo mato hombres, pero de cualquier edad. Es mi norma”.

En una sobreactuación tardía se hicieron requisas en las cárceles: es conocido que los jefes narco operan desde dentro. Y todo siguió igual, lo que revela la posibilidad de complicidades que ya hayan ido muy lejos. Rosario es la brasa encendida por grupos o familias que, parece, reciben, “cortan” la droga y la venden en la calle. Los grandes, las toneladas imaginables en fronteras por las que se pasan empleados menores del narco grande, a pie. Y están las pistas en la que aterrizan sin ningún control.

No vuelvas, Messi.

O, mejor, vení cada vez que le toque jugar a la Selección en la Argentina, cuando lleguen las fiestas de fin de año, con tu avión para el asado, los amigos, la familia. Con Antonela, con los tres adorables, lindos y divertidos hijos. Sí, está bien. Y después, a otra parte. Tenés buenas casas y colegios, y conservar la de Rosario en un club cerrado, pero no como, digamos, domicilio. ¿O vas a ceder, jugar un poco en Newell’s para satisfacer la previsible prosa de mierda sentimental y barata: aquí, los barras son delincuentes feroces, lo sabés, Lionel. Pensá que hay ofendidos y rencorosos por no haber pasado por alto a algún ministro, la mano tendida, y el equipo en conjunto es forreado por asuntos políticos, que no todos tendrán ideas idénticas, aunque supieron diferenciar la dignidad del basureo premeditado. Quisieron un pedacito de Mundial ganador.

No es un consejo, no tengo que hacerlo, sería excesivo. Es un pedido: no vuelvas, Messi.

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