¿Por qué en la región se espera una merma en las lluvias anuales?

Para Coronel Suárez el panorama es más propicio. El agua de los veranos no compensará la escasez de las primaveras. De ratificarse el pronóstico del climatólogo Carlos H. Zotelo, los manejos de los sistemas productivos deberán readecuarse. Guillermo Rueda (LaNueva)
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  • Lic. Carlos H. Zotelo. Lic. Carlos H. Zotelo.
  • Ing. Gastón Puthod. Ing. Gastón Puthod.

 “El escenario más probable para la zona (hacia el futuro) prevé una disminución en el total anual de lluvia. Será impulsado por una fuerte merma en la primavera, principalmente en septiembre, que no podrá compensarse por el leve incremento de febrero”.

   La conclusión corresponde al Lic. Carlos H. Zotelo, del Centro de Recursos Naturales Renovables de la Zona Semiárida (Cerzos) del Conicet.

   “De ratificarse este escenario, implicaría la modificación de algunas prácticas de manejo en los sistemas agropecuarios de la región para adecuarse a la nueva condición agroclimática”, añadió.

   “En este contexto, todas las prácticas de manejo que disminuyan el consumo de agua en la fase reproductiva, y aquellas que permitan trasladar el agua disponible de la fase invernal/barbecho para ser utilizada posteriormente por los cultivos, serán fundamentales”, agregó el Ing. Agr. Gastón Puthod.

   A modo de ejemplo se menciona la disminución de la densidad de siembra; el empleo de ciclos largos en cultivos de invierno; el aumento del espaciamiento entre hileras y la siembra directa, entre otras.

“Por otro lado, el incremento de la disponibilidad hídrica en el período estival, en febrero y marzo, mejoraría la posibilidad de incluir cultivos de verano como maíz, en baja densidad, y sorgo; pasturas perennes OIP (NdR: otoño, invierno y verano) y verdeos de invierno que obtendrían el beneficio hídrico en el inicio de su fase de crecimiento”, amplió.

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Por su parte, para el norte del sudoeste bonaerense se estima un escenario climático con algunas similitudes.

“La merma pluviométrica esperada en la porción central para los meses de primavera, en este caso, sería muy sutil, casi imperceptible. A su vez, se avizora un incremento en la lluvia estival, impulsada por una mayor actividad en febrero y marzo”, sostuvo Zotelo.

“Luego, las estaciones frías muestran un patrón futuro menos fluctuante, con un leve aumento de la lluvia a fines del invierno y una estabilidad pluviométrica en otoño”, agregó.

De este modo, Coronel Suárez evidenciaría cierto aumento en la precipitación total anual, lo que se desacoplaría del escenario más probable esperado para Bahía Blanca.

   “Esto conllevaría a una mayor potencialidad de rinde de los cultivos estivales que se realizan en la región como maíz, soja y girasol. Este nuevo régimen pluviométrico debería aprovecharse modificando los ciclos de los cultivos y sus fechas de siembra; por ejemplo, maíz tardío, de modo tal que coincidan sus períodos críticos con los meses de mayor disponibilidad hídrica; es decir, en febrero y marzo”, explicó Puthod. 

También señaló que este nuevo escenario potenciaría la productividad de la región, por lo que sería viable aumentar las densidades de siembra, o la intensificación en el uso de fertilizantes, para aprovechar esta mejor condición de crecimiento.

Respecto del extremo sur del SOB, el escenario climático más probable prevé un desacople total respecto de las subregiones de más al norte.

“A diferencia de lo esperado en la porción central del SOB para los meses de primavera, se evidenciaría un incremento en la lluvia de primavera, impulsada por los meses de septiembre y octubre”, dijo Zotelo, quien es licenciado en Ciencias Atmosféricas.

“A su vez, tanto en el verano como en el invierno, no se presentarían cambios en la distribución pluviométrica, mientras que para el otoño se avizora una sutil y suave merma”, añadió.

Así entonces, el patrón de precipitación total anual en Patagones evidenciaría un incremento, lo que se asociaría con un desacople del escenario más probable esperado para Bahía Blanca.

“Dicha situación implicaría una mayor disponibilidad hídrica primaveral para posibilitar la inclusión de cultivos agrícolas invernales como trigo, cebada o avena”, amplió Puthod, quien posee la maestría en Ciencias Agrarias y una especialización en ecofisiología y manejo del pastoreo y recuperación de pastizales degradados en el SOB, ambas por la UNS.

“Sumado a eso, si se lograra una utilización eficiente del agua útil disponible en primavera, podría obtenerse una diversificación de la producción en los establecimientos, como también la realización de verdeos de invierno o pasturas templadas OIP en los planteos ganaderos, lo que posibilitaría un aumento de la receptividad y la carga animal”, describió

La variabilidad climática


Zotelo definió a la variabilidad climática como las perturbaciones de los componentes del clima durante determinados lapsos de tiempo en todas las escalas de trabajo, desde días hasta centurias.

“La velocidad a la que se producen estas fluctuaciones; es decir, la rapidez e intensidad a la que se evidencian cambios importantes en las variables meteorológicas se ha ido incrementando en décadas recientes”, aseguró.

En el caso del SOB, en los últimos tres lustros las señales de variaciones en los patrones climáticos han sido muy fuertes y han afectado a las distintas subregiones climáticas.

También sostuvo que, para entender la forma en que la variabilidad se vincula con los diversos componentes del sistema climático, se los debe analizar en forma individual, con la salvedad de que, en primer lugar, hay que considerar el aumento global de la temperatura y que, como todo sistema complejo, el climático se compone de una intrincada relación entre variables.

“Las perturbaciones en el ciclo habitual de unas variables se evidencian en fluctuaciones indirectas en otras que afectan, en definitiva, el desarrollo de las actividades humanas. Cuanto mayor es la temperatura media global, más importante es la energía atmosférica que debe redistribuirse en todas sus escalas y fenómenos”, contó.

“En ese escenario tendremos mayor evaporación; más capacidad del aire de contener vapor de agua; más agua precipitable; mayor presión atmosférica que se traducirá en centros de baja y alta presión más profundos y, por ende, intensidad del viento e, incluso, ciclones, huracanes o tornados más severos, tormentas más intensas y demás”, amplió.

Zotelo dijo que, de plantearse una situación semejante, referencias como el Indice de Oscilación del Sur (SOI) reflejarían estas modificaciones y se volverían más extremas.

A la hora de analizar la falta de lluvia, una forma interesante de determinar cambios en la variabilidad de las precipitaciones en forma interanual se obtiene al analizar la cantidad de días al año con lluvia mayor a 0,1 mm, que es el mínimo valor que puede captar un pluviómetro, y el número de jornadas con episodios de tormentas.

Es posible observar una alta variabilidad de la lluvia interanual, modulada por una onda de 15 años y una sutil tendencia bajista.

Una forma más interesante de analizar la distribución interanual de lluvia surge del empleo del Índice de Precipitación Estandarizado (SPI), que cuantifica las condiciones de déficit o exceso pluviométrico en un determinado lugar y en una escala específica de tiempo. Este índice es capaz de reflejar el impacto de la sequía, o el superávit de lluvia en la disponibilidad de los recursos hídricos locales.

“Dado que las condiciones de humedad del suelo responden a anomalías de precipitación en una escala relativamente pequeña, el SPI resulta útil para estimar períodos de escasa o nula actividad pluviométrica. A su vez, las diferencias de lluvia a largo plazo quedan reflejadas en los niveles de las aguas subterráneas, los caudales fluviales y el almacenamiento en reservorios”, expresó.

El SPI permite evaluar la duración y la magnitud de los intervalos de marcada ausencia o escasa precipitación. Así, dentro del período analizado por Zotelo, los episodios de falta de lluvia en 1962 resultan ser los más severos en Bahía Blanca, seguidos de los correspondientes a 2009, 1995 y otros.

“Es interesante notar que, dentro de los 10 casos más severos de escasa, o nula precipitación, en el período analizado, cuatro corresponden a los últimos 20 años (2008, 2009, 2017 y 2019), siendo 2009 el segundo de mayor magnitud”, indicó.

Un análisis más prospectivo del SPI surge del mapa de calor de su distribución interanual. De este modo, es posible observar los diferentes intervalos de escasa o excesiva precipitación, tanto en su patrón mensual, interanual e intensidad.

Así surge que la década del 60 es la que presenta mayor cantidad de meses con valores negativos de SPI. De modo similar, el período 1976–1985 es el que muestra los índices más positivos.

 “Luego, si centramos el análisis en los años recientes observamos que la década 2001–2010 presentó un primer lustro con mayor tendencia a primaveras lluviosas y veranos con anomalías de SPI negativas”, aseveró.

“Incluso, a partir de 2006 y hasta la fecha, sólo en una oportunidad, en 2014, las precipitaciones resultaron tales que el SPI fue superior al valor de referencia. En el resto del período se evidencian veranos e inicios de otoño con más variabilidad sin una señal clara, aunque con cierta predisposición a presentar valores de SPI negativos”, afirmó.

“De este modo, primaveras con tendencia a ser relativamente más secas y veranos con tendencia a una leve falta de lluvia, podrían presagiar un futuro con dificultades recurrentes, principalmente en el plano productivo”, indicó.

 Aclaró Zotelo que la buena noticia es que este comportamiento, tan particular, no es representativo de todo el SOB.

 Desde inicios del milenio, sólo en 2019, año marcadamente deficitario en el aspecto pluviométrico, y en 2011, las primaveras han sido secas. Por el contrario, se observa una bonanza en las lluvias empujadas por los episodios de 2001, 2002 y 2014. La señal en verano es diferente: presenta una clara tendencia a veranos deficitarios, siendo 2017, 2014 y 2011 los ejemplos más claros.

 “Al evaluar la duración y la magnitud de los períodos de marcada ausencia, o escasa, precipitación se observa que los citados años se asemejan a los registrados en Bahía Blanca. Esto es evidencia de cierta sincronía en la distribución de lluvias”, aseguró.

Desafío hacia el futuro


 Zotelo aseguró que la variabilidad climática se ha convertido en uno de los desafíos más importantes a afrontar por la comunidad científica.

También que los vaivenes extremos en las condiciones del tiempo han evidenciado un incremento en su frecuencia en los últimos años.

Puso como ejemplos la nevada en la mítica ciudad de La Meca (Arabia Saudita, 16 de enero de 2016); la ola de calor que afectó a más de 14 provincias argentinas (6 de enero y el 14 del mismo mes, ambos de 2022), batiendo récords de temperatura máxima en algunas localidades del SOB (Tres Arroyos, 41,8°C y Coronel Pringles, 40,1°C); e inundación en Comodoro Rivadavia con 252 mm en 24 horas (30 de marzo de 2017) y 399,4 mm en un lapso de 9 días: 29 de marzo al 08 de abril de 2017.


“El foco principal en el desarrollo científico se centra en la detección de patrones que permitan avizorar cambios abruptos, o extremos, en las condiciones climáticas con el mayor tiempo de anticipación posible”, dijo.

“En este sentido, los modelos de circulación general aportan información que permite estimar los escenarios futuros más probables y los más difíciles a enfrentar”, aseguró, al tiempo que insistió: “En lo que respecta al SOB, y específicamente a la precipitación, se esperan modificaciones en el comportamiento anual con algunos rasgos en común para las distintas subregiones en los próximos años”.

La media bahiense: 667 mm entre 1961-2021

De todas las variables atmosféricas que pueden considerarse en el SOB, la precipitación es la más relevante.

En este sentido, si bien existen ciclos naturales documentados de lluvia de 50 años, desde inicios de este siglo se observan algunos aspectos a ser considerados para que el futuro cercano no nos sorprenda.

“Si centramos el estudio en el período 1961–2021, hallamos que en Bahía Blanca la precipitación media anual fue de 667,6 mm, un valor muy próximo al promedio histórico (623,2 mm) que corresponde al intervalo 1981–2010, pero muy superior a los 584,6 mm (1896–2000). Esto es evidencia de variaciones interanuales fuertes”, comentó Zotelo.

“Muchos autores plantean que el aumento de la lluvia a finales del siglo XX, comparado con los registros, de no tanta certidumbre, de fines del siglo XIX, se debe al fuerte proceso de industrialización y la expansión de la tierra cultivable”, añadió.

El primero de estos procesos generó un incremento en la cantidad de partículas microscópicas surgidas de las chimeneas de las fábricas, mientras que, el segundo, polvo en suspensión producto de la remoción de tierra para el cultivo.

“De este modo, el vapor de agua pudo agruparse a estos núcleos higroscópicos de manera más frecuente, lo que derivó en mayor número de días con lluvia y un aumento en el acumulado de lluvia anual”, explicó.

Dentro del período analizado, 1962 fue el año con déficit pluviométrico más intenso (354,7 mm), mientras que 1976 (1086,3 mm) se situó en el otro extremo.

 

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