La apicultura en la región se sostiene ya sin el brillo de su época más dorada

La silenciosa tarea que desarrollan los productores. El delicado contexto no contribuye a expandir la actividad. La calidad de la miel y el mantenimiento de las colmenas. La opinión de los referentes. Por Leandro Grecco
  • La apicultura en la región se sostiene ya sin el brillo de su época más dorada
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Históricamente, la apicultura ha sido una actividad indispensable para el desarrollo agropecuario del país y razones son las que sobran para esta aseveración. Es que las abejas, además de ser productoras de miel, cumplen un rol fundamental como agentes polinizadores.

En el sudoeste bonaerense, pero también en los distintos sectores rurales del país, es una disciplina en franco retroceso. Se produjo un indisimulable descenso en el número de colmenas y, luego de lo que fue un período floreciente en la década del 90, ya casi no quedan profesionales idóneos en el rubro.

La Brújula 24 conversó con productores de la ciudad y la región para conocer cómo piensan este presente, el cual no escapa a lo que acontece con la economía que busca generar mercados para volver a los primeros planos de la exportación, con valores que sean competitivos y, además, sustentables en el tiempo.

Cómo se iniciaron en la actividad


Alfredo Alegría, conocido productor de la región, mencionó que “me volqué a la apicultura por diferentes motivos. Tenía familiares y amigos con campo, además de allegados en el rubro. Nunca me gustó el trabajo de oficina o bajo techo, por eso encontré en esta actividad una opción más que válida. Decidí hacer un curso en la Escuela de Agronomía de la UNS y me enganché”.

Similar es la situación de Martín Laruina, quien reparte su producción, un lote en cercanías de Cabildo y otro pasando el Aeropuerto bahiense: “Comencé en esta actividad a través de un amigo de mi papá que tenía unas colmenas y nos enganchamos. Hicimos un curso de Apicultura en la Universidad del Sur en el Departamento Palihue y compramos nuestras primeras cinco colmenas”.

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Alegría, quien tiene sus colmenas en el Alto Valle de Río Negro y Bajo Hondo, sostuvo que “respecto de otras variantes en el mundo agrícola, cada cual tiene su particularidad, sus tiempos. El que siembre o trabaje con hacienda debe concentrarse en diferentes aspectos. La abeja te da unos días de libertad porque no hay que estar encima a diario. Sin embargo, uno debe prestarle la atención permanente”.

“Muchos piensan que en invierno no se hace nada y solo se extrae la miel, un pensamiento totalmente erróneo. Siempre hay cosas para hacer, mantener o incorporar el material, visitar las colmenas para ver si tienen alimento en especial en invierno. Al ser una actividad al aire libre, cada tanto se vuelan los techos, por eso es necesario controlar los apiarios”, explicó en otro segmento de su alocución.

 
Jorge Martz es un experimentado apicultor que tiene sus colmenas en Villarino, voz autorizada para entregar su visión en este artículo periodístico: “En la década del 90, la diferencia primordial era el precio, por eso mucha gente se volcó a esta actividad. En mi caso, que comencé en 1975, sabíamos que iba a ser algo pasajero porque tarde o temprano iba a terminar lo bueno, que no suele durar mucho tiempo. Todo el mundo quería invertir en colmenas”.

“Luego vinieron los cambios a partir de las fumigaciones, achicando las áreas de pecoreo, los agropecuarios y ganaderos mejoraron sus conocimientos, a partir de capacitaciones que realizaron en el exterior. En este país es necesario mantenerse actualizado, porque muchas veces hay que ser magos para convertirse en productor”, reflexionó.

El delicado presente


Laruina advirtió que “la actividad no está atravesando su mejor momento por el hecho de que tenemos un precio de exportación que se mantiene fijo desde hace dos años y los insumos aumentaron un 100 % como mínimo”.

Marcelo Severini tiene su local en la ciudad, especializado para los amantes del área: “El apicultor está siendo muy castigado, venimos de dos años y medio con el mismo precio del producto. Estamos con un dólar oficial y el trabajador de este rubro debe adaptar la economía a un dólar blue que torna su tarea insostenible, sumado a la inflación, es una locura”.

“Desde el Estado no hay ningún reconocimiento, se habló de incluir al sector en el dólar soja, pero aún no hubo noticias concretas y reales. Sería un gran impulso, para contar con las mismas posibilidades que otros productos”, mencionó el dueño del local ubicado en Saavedra casi Montevideo.

Alegría reconoció factores externos que comprometen la rentabilidad: “El cambio climático que se viene registrando de un tiempo a esta parte es muy complicado, los calores del último verano fueron tremendos, al punto de que haya derretimiento de colmenas y mortandad de abejas”.

La calidad de la miel


“En el sudoeste pampeano, si hablamos de la calidad de la miel, es una zona que se caracteriza por tener variedades suaves, claras y bajas en humedad más allá de alguna excepción en la zona de montes”, afirmó, al tiempo que sentenció: “Todas las regiones son diferentes, al igual que las floraciones en distintos momentos del año. Si nos alejamos y nos ubicamos sobre Necochea, varía la tonalidad siendo algo más oscuras y en el Valle de Río Negro el sabor es más fuerte y floral”.

  
Martz resaltó un aspecto fundamental: “El que no es profesional o no conoce del tema ni tiene contactos, difícilmente puede prosperar en la actividad. Actualmente, los productores hablan más entre sí, sobre todo en los Congresos donde se divulga la realidad de cada uno. La palabra egoísmo fue quedando de lado, nos ayudamos entre todos porque sino no subsistimos. Sería necesario dólar miel, porque sabemos lo que pasa con los costos de exportación que son muy altos. Por eso tenemos que convertirnos inclusive hasta en economistas”.

Las perspectivas y el sombrío panorama exportador


A su turno, Severini exclamó que “los primeros dos meses del año fueron muy secos, ya en marzo hubo algunas lluvias que a muchos los salvó, proliferó la flor amarilla y lograron cosechar, con un rinde que les permitió salvar esa etapa, dejando algo de reserva para alimentar en el invierno a las abejas”.

“En líneas generales, el 2022 fue complicado por las altas temperaturas de enero, lo que hizo que los productores perdieran buena parte de la producción, apiarios íntegros que no se pudieron recuperar. Ese golpe fue bastante duro para el sector”, dijo.

Consultado respecto al precio internacional, Laruina hizo una salvedad: “Fuimos sancionados por Estados Unidos, que es el que más paga y el país que mayores cantidades compra. A eso hay que sumarle las escasas pasturas naturales a causa del glifosato, sumado a lo que fue el fenómeno natural de la escasez de lluvias. Todo eso hizo que esta última cosecha no fuera buena y en muchos casos trajo como consecuencia la pérdida de colmenas”.

La trayectoria de Martz lo convierte en un experto, por eso suele ser consultado por sus colegas: “Para que una colmena sobreviva de un año a otro, la clave es la sanidad y la nutrición. La renovación de reina y el reemplazo por un núcleo nuevo son dos aspectos que entran también en juego”.

“Cuando en otoño cierra la colmena, se debe tener la precaución de preservar la reserva de miel y polen, siendo esta zona propicia en tal sentido. Eso permite que pasen un buen invierno, para luego comenzar la primavera sin problemas. A eso hay que sumarle las curas que se hacen dos veces al año para evitar la aparición del parásito que tiene la abeja”, explicó.

Severini cerró con una súplica: “Estamos necesitando que empiece a llover porque el panorama no parece del todo alentador, el apicultor está en stand by, no sabe si vender la poca miel que le queda o aumentar la producción. En mi comercio, vendemos insumos y compramos miel, pero ha bajado muchísimo el movimiento. Hoy estamos más abocados al rubro forraje, como distribuidores de semillas”.

Laruina puso como ejemplo su experiencia personal: “Como consejo a aquel que se vuelca a esta actividad y tiene cierta incertidumbre le diría que comience con pocas colmenas, unas diez, para acumular experiencia y disponer de un lugar donde tenerlas de la mejor forma posible, evitando problemas posteriores. También la sugerencia que uno puede brindar es descartar ser alérgico a las picaduras, aspecto que puede ser corroborado a través de un estudio de laboratorio.

“Uno puede comenzar con solo una colmena, o bien hacer una inversión más grande, según las expectativas de producción. A eso hay que sumar el valor de la indumentaria necesaria para explotar la producción”, detalló el joven productor bahiense.

Senasa, en el ojo de la tormenta del apicultor


En el segmento final de sus consideraciones, Alegría disparó una queja: “Senasa lanzó una circular para habilitar los transportes que llevan el material de las colmenas. Aún no está claro qué se exige, ni ellos lo saben. Y a eso le adosaron, al igual que ocurre con la hacienda casi como una copia de la legislación, que se requiere de un lavado del vehículo, en un lugar habilitado que es arancelado y certificado”.

“Llama la atención porque el movimiento es constante, siendo que la unidad no se ensucia con nada. Todo el sector está disconforme porque se está hablando de montos muy altos para el lavado. No veo mal que se controle, pero este ítem en particular no tiene sentido, no es bosta de vaca que viaja en un mismo camión. Jamás las colmenas generaron un problema fitosanitario”, esgrimió, con conocimiento de causa.

  
Y se lamentó: “Sería sumar una carga más a los impuestos, más si se tiene en cuenta que el precio de la miel se ubica en torno a los 300 pesos, que es el mismo de un año y medio atrás. Todo esto sobrepasa los límites y va más allá de lo monetario, porque los tiempos y lo engorroso de buscar un lavadero habilitado a la salida de un campo para que no te multen es muy complejo”.

El color de la miel y la cosecha ligada a los márgenes de ganancia
Martz aportó un dato no menor: “La abeja solo hace miel y la calidad del producto corre por cuenta del apicultor. Hoy, Argentina es bastante exigente en lo que respecta a la trazabilidad, los cuidados y análisis de lo que se obtiene, por eso debemos confiar que lo que se exporta al mundo es bueno. En eso los apicultores somos fundamentales, en lo que respecta a las buenas prácticas de manejo. Cada vez que tocamos una colmena, debemos pensar en el consumidor”.

“Pese a lo que mucha gente piensa, el color de la miel no hace a la calidad. No obstante, la de tonalidad clara es más apetecible por el consumidor. Argentina exporta casi toda su producción, por lo tanto el mercado que incluye a Estados Unidos y Japón eligen esa variante. La de color más oscuro es menos buscada porque abunda en otros lugares del mundo y, por ese motivo, vale menos”.

Y Laruina culminó con la siguiente aseveración: “Los márgenes de ganancia varían mucho, dependiendo de diversos factores. En años de sequía, puede que se llegue al punto de no cosechar nada. También pueden darse buenas temporadas para esta zona que representan la cosecha de hasta 40 kilos de miel por cada colmena. La zona geográfica y el clima son los ítems preponderantes”.

Con la disminución de la cantidad de apicultores profesionales, habiendo convertido esta dinámica en una disciplina complementaria, abre un interrogante con relación a lo que podría ocurrir en un futuro. Para ello, tendrá mucho que ver el contexto, el cual obligadamente debe otorgar beneficios y oportunidades, de lo contrario, el porvenir es oscuro. (LB24)

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