Siempre hay espacio para más daño

- Por Marcelo Torrez
Siempre hay espacio para más daño

Que cuatro de cada diez chicos de sexto grado de la escuela primaria no sepan interpretar ni comprender lo que leen ni alcanzar los objetivos satisfactorios en Matemática, cuando menos, debería convertirse inmediatamente en un tema de prioridad esencial a ser resuelto por las autoridades educativas. Esos datos corresponden a la provincia y no sorprendieron, hay que decir, cuando se develaron el martes como los resultados de las pruebas Aprender. A nivel nacional, la situación es un poco peor en el promedio con todas las provincias.

Comparado con la medición de comprensión lectora y de objetivos matemáticos del 2018, el deterioro que se venía percibiendo se acentuó. La pandemia agravó el panorama, sin dudas, y mucho más lo hizo la gestión oficial que se realizó de la peste para doblegarla, al fijarse una de las cuarentenas más cerradas de todas en el planeta, con restricciones totales entre el otoño y el invierno del 2020 que incluyeron el cierre absoluto de las escuelas, condenando a los chicos a seguir las clases desde sus domicilios, remotamente, con una inmensa mayoría de ellos con serios problemas de conectividad.

En Mendoza, el Gobierno no acepta que se lo incluya en una crítica general, sin discriminación alguna, cayendo en la volteada como consecuencia de una administración ineficiente y decisiones desatinadas como las que se llevaron adelante. Esto es así porque, cuando la pandemia comenzó a mostrar un comportamiento medianamente controlado, las escuelas se abrieron. Quizás sea por esa razón que el panorama de resultados provinciales esté reflejando que seis de diez chicos han alcanzado niveles satisfactorios tanto en Lengua como en Matemática, si se lo describe desde una postura digamos que piadosamente positiva.

El drama de todo un escenario signa do por el fracaso sin capacidad de reacción, se potencia cuando se analiza lo que está sucediendo con los chicos de los sectores más vulnerables. Con datos del Aprender a nivel nacional, está claro cómo se ha comportado la brecha entre quienes tuvieron acceso a conectividad y a medios y los que no, en situaciones de encierro con escuelas sin clases y obligados a formarse desde la casa. Como se suponía, la desigualdad se expresó con toda su magnitud y brutalidad. En los niveles altos, casi 80 por ciento de los chicos tuvo un buen desempeño en Lengua y 74 por ciento en Matemática, pero, en los chicos de hogares de niveles bajos, sólo 29 por ciento alcanzó un buen desempeño en Lengua y 32 en Matemática.

Dicho con más claridad, en los sectores de niveles socioeconómicos bajos, 70 por ciento de los chicos no logran saber ni interpretar lo que leen ni las cuentas básicas que deberían por edad.

Oficialismo y oposición se reparten culpas mutuamente por la situación, pero ni un mínimo de aceptación de los errores cometidos desde el Gobierno, especialmente el nacional. Como no hay autocrítica ni reconocimientos mínimos del desastre, por qué no pensar que existió un acto deliberado detrás de un planteo que se ofreció en dosis escandalosas de demagogia: el “quedate en casa”, “el Estado te cuida” han sido parte sustancial de ese método de control social y ciudadano con el que inesperadamente se encontró el elenco de gobierno con la llegada de la pandemia. Si se persiguió y hostigó, con la anuencia del Gobierno porteño a una anciana que decidió tomar sol en medio del encierro por una necesidad sanitaria, cómo no se iba a ordenar que millones de chicos no acudieran a las escuelas si hasta las cúpulas sindicales, los dirigentes de esos gremios, actuaron como socios invalorables en la medida.

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Reducir la brecha de desigualdad llevará mucho tiempo en Argentina. Se sabía de ese flagelo antes de la llegada del COVID. Lo que sobrevino luego puede que tenga los efectos de una catástrofe, sin exageraciones. Toda una generación de chicos mal formados, no sólo de las escuelas primarias sino también de otros niveles, como los del secundario, a los que se les hace un guiño institucional para seguir adelante en sus estudios pasando por alto las deficiencias en el aprendizaje para evitar supuestas estigmatizaciones, no será para nada gratis. Una consecuencia de la degradación cultural y de la política muy profunda en Argentina.

Tanto es así que, este jueves, el día después de conocidos los resultados de la evaluación Aprender, el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, en un acto, invitó e incitó a los chicos de sus escuelas a rebelarse, a que tomaran el ejemplo de Manuel Belgrano, que, cuando decidió crear la Bandera, lo hizo sin el apoyo ni el acompañamiento del establishment del momento ni de las autoridades. Lo hizo invitándolos a hablar como ellos quisieran, aunque aclaró “sin guarangadas”, apoyando el lenguaje inclusivo, en clara crítica de la prohibición que rige en la CABA para el uso en las escuelas. Antes, para el Día de la Bandera, una funcionaria de su Gobierno, Susana Aguirre Ponce, había sido abucheada en un acto por dirigirse a todos usando palabras tales como “querides”, “momentes” y “nosotres”.

Con lo que el mensaje no sólo no parece ser el más adecuado en medio del desastre en el que vive el país. Sino que es a todas luces confuso para un universo de chicos que no saben leer ni escribir ni resolver las cuentas más simples estando en edad para hacerlo. Un drama de características inusitadas, uno de los tantos que se suman a la decadencia generalizada de un país sin rumbo.

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