¡Eureka! No era Venezuela, era China

Por Marcelo Torrez
¡Eureka! No era Venezuela, era China

En ese festival de voces en off que la prensa nacional les atribuye cada fin de semana a los miembros del Gobierno nacional, unos bancando el rumbo y otros bombardeándolo como si fuesen ajenos, dos frases sobresalieron de todas: “Estos pibes están locos”, la primera de ellas, supuestamente originada en la boca del presidente Alberto Fernández y con destino a La Cámpora de Máximo Kirchner y compañía, y aquella que habría dicho un dirigente del peronismo no identificado: “¿Hasta cuándo podemos seguir así? ¡Falta un año y medio!”.

El kirchnerismo no sólo consiguió dividir al país y su sociedad entre “ellos y nosotros”, como alguna vez provocó la propia Cristina Fernández de Kirchner; entre populistas y antipopulistas; republicanos y totalitarios; entre el mérito y el demérito; entre el esfuerzo y esperar que todo llegue de arriba porque “donde hay una necesidad hay un derecho”. Además de todo eso que ocurre al nivel de la calle, consiguió que buena parte de la política y de los empresarios, o sus dirigentes, al menos, estén hablando de otra cosa más que de las importantes y urgentes. Y, por supuesto, como explotó en la noche del viernes con aquella reacción de Alfredo Casero contra Luis Majul y otros, en el programa que el columnista conduce en La Nación+, también ha hecho resurgir las diferencias entre el periodismo y los periodistas, pero, más que eso: la interpelación cada vez más fuerte, evidente, precisa y hasta cenital que recae sobre los periodistas, particularmente aquellos que más exposición e influencia tienen en la opinión pública.

Tomando aquellas voces en off, ¿quién puede dudar de que allá arriba, donde habita el poder, el político y el económico, parecen estar “todos locos”? Se trata de una visión extendida y confirmada, de sentido común al nivel de personas no necesariamente informadas en exceso para concluir en esa ratificación. Allá arriba están todos locos por cómo se juega con los hechos y con la situación, llevando al extremo las particularidades y ese juego de intereses, más que una puja por el poder, que intentó aclarar (y confundir) Cristina Fernández el viernes en su “clase magistral” del Chaco. Lo que obvió decir o describir es la naturaleza de tales intereses, que claramente no son los de todos ni de los que más sufren ni de los que más se esfuerzan ni de los que no quieren dejar el país porque no pueden.

Hasta cuándo se puede seguir así es otra de las preguntas que se lanzan. Si proviene de la política, hay que identificar primero de qué lugar o de qué vereda. Si el origen está en el oficialismo, se puede explicar más que nada desde el temor a perder lo que se tiene y a quedarse sin nada, sin el poder y sin las cajas. La tensión y la agudización del ataque contra Alberto Fernández coloca en estado de pánico a quienes temen perder lo que tienen. Sólo en ese contexto se puede interpretar aquello porque, si es por las necesidades insatisfechas de los millones de argentinos golpeados por la incapacidad, falta de idoneidad e ineficiencia de quienes conducen, hace rato que hubiesen dado señales de que algo les interesa.

En Argentina se juega con fuego. Hace tiempo que se juega con fuego. Pero, el viernes, además de todo lo que dijo e insinuó; además de todo lo que generó hacia dentro del Gobierno (su gobierno) con el impacto hacia el resto de la sociedad, la vicepresidenta avanzó como nunca antes en un tema delicado. Habló de la insatisfacción de la democracia. De alguna manera, Fernández de Kirchner culpó a la democracia y al hecho de que exista diversidad de opiniones y visiones, de que muchos puedan decir una cosa frente a otra de otros tantos, como un hecho maldito que no nos permite alcanzar lo que buscamos. No estamos bien porque Alberto Fernández no hace lo que yo digo, según Cristina, que tiene que hacer y eso culminará en que aquellos malandras a los que sólo les importa alcanzar el poder para darles beneficios a unos pocos sobre el esfuerzo de millones de pobres terminen ganando las elecciones. Por eso, la democracia genera insatisfacciones, parece haber sido una de las hipótesis más relevantes que la vicepresidenta desplegó en el Chaco.

Entonces habló de capitalismo, la marca, el estandarte y el sello de agua del liberalismo. Como el cuento, aquel tan bonito que Ismael Serrano convirtió en canción y que le contaba su padre sobre las utopías del Che que ya no funcionan; como nunca lo hizo en verdad, ahora, la vicepresidenta sostiene que el capitalismo dejó de tener ideología para concentrarse en donde ganar plata. Ponderó a China y al régimen, el comunismo, que la controla. Dos modelos en pugna, el liberal norteamericano, supuestamente agotado como todo lo que sucede en Argentina, frente al comunista de China. Y, claramente, se inclinó por el régimen chino.

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Es burdo y hasta ofensivo preguntarse qué quiso decir o qué dijo Cristina Fernández en su clase magistral titulada: “Estado, poder, sociedad y la insatisfacción democrática”. 

Entre todas las cretinadas que la política protagoniza, la última de la vicepresidenta puede ser la más grave de todas, aunque, se sabe, no la más urgente que atender. Esto último tiene que ver con la falta de todo tipo de expectativas en Argentina, tanto para el que tiene y teme perderlo todo, como para el que no tiene nada, pasa hambre y no hay nada que le permita pensar que lo puede sacar de tal situación. Eso es grave, claro que sí. ¿Y qué le sigue después de eso? Lo que dijo e insinuó Cristina Fernández de Kirchner en el Chaco: que la democracia no sirve. El populismo no crece ni mucho menos se desarrolla en un contexto de asambleísmo, el que puede funcionar como el germen para instalarse; la insatisfacción hace el resto del trabajo junto con la promesa mesiánica. Según Cristina, podemos ser capitalistas, crecer y desarrollarnos bajo un sistema parecido o similar al de Xi Jinping. ¡Eureka! El modelo nunca fue Venezuela.

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