La ciclista, la jueza de los besos y dos delincuentes: el Macondo argentino de cada día

Son casos diferentes pero que en un punto se tocan: el de la profesora de yoga atropellada en Palermo y el de la jueza de Chubut que anda a los besos en la cárcel con un delincuente.
La ciclista, la jueza de los besos y dos delincuentes: el Macondo argentino de cada día

¿Por qué irían a cambiar las cosas sólo por la magia de un cambio de almanaque? Se trata, y todo el mundo lo sabe, de una convención apropiada para los deseos de fin de año. Para decirse cosas que normalmente no nos decimos. O que no estamos acostumbrados a decirnos, de las buenas y de las malas. Pero lo que no pega un vuelco es la vida real.

Muestra de estos días son dos casos diferentes pero que en un punto se tocan: el de la profesora de yoga atropellada, poco menos que asesinada, en Palermo, y el de la jueza de Chubut que anda a los besos y haciendo selfis en la cárcel con un delincuente que el resto del tribunal condenó, pero no ella.

Tenemos entonces a alguien que, con su auto a toda velocidad, atropella a un pelotón de ciclistas, mata a una mujer, deja el tendal de heridos y se toma su tiempo para sacar sus cosas del auto, cargar la mochila al hombro e irse con toda naturalidad. No puede ser nuevo: debe tener mucho odio adentro.

A José Carlos Olaya González, de 32 y sin trabajo conocido, la enorme tragedia que provocó no le movió un pelo. No lo manejaba el alcohol, sino la droga, algo más o menos nuevo entre tanto viejo. Entre lo viejo: había sido condenado a seis años y nueve meses por robo y uso de armas de guerra. Quedó libre a los tres años, volvió a caer por otros delitos y condenado a dos años y 6 meses. Salió enseguida.

Tener este tipo de antecedentes es, posiblemente, tener buenos antecedentes en esos círculos de desprecio y odio a los demás. Olaya González tiñó de sangre una mañana de paz. Mató y abandonó como si fuese la cosa más normal del mundo.

En ese grupo de amigos que disfrutaba entre los árboles y el verde y hacía gimnasia en el año que comienza, estaba Marcela Bimonte. Tenía dos hijas y enseñaba yoga. También era voluntaria en el Roffo, donde asistía a enfermos de cáncer. El yoga impulsa a devolver los beneficios que uno ha recibido.

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Marcela organizaba con su pareja esas bicicleteadas zen, porque, decía, buscaban combinar el pedaleo con la meditación que apacigua y a veces ilumina. Lucía joven pero tenía 62: estaba en ese tramo de la vida cuando más nos preguntamos qué tareas y placeres queremos para los años que nos quedan.

Pero nadie está suficientemente preparado para las agresiones de afuera. El yoga enseña a no juzgar o a juzgar menos. Es difícil no hacerlo con gente como Olaya González, que no es víctima sino victimario aunque haya jueces que no piensan así. Y que se imponen a veces por sobre el resto.

Ahí tenemos el caso de Mariel Alejandra Suárez: difícil entender cómo llegó a jueza y por qué sigue siendo jueza. Si no estamos ya ante el Macondo que contó García Márquez, tocamos su puerta. La Magistratura de Chubut destituyó a Suárez por mal desempeño. Entre otras cosas: liberar presos por teléfono y una pésima decisión en un caso de un menor abusado. Obvio: ella se declaró víctima de “una maniobra política”, porque aún no se había inventado el lawfare, un juez le dio la derecha y el Tribunal Superior la restituyó en su puesto. Al toque quiso viajar a Santa Cruz sin el PCR que exigía la provincia y sacó chapa de jueza. Fracasó.

¿Y quién es el preso con el que la jueza anda a los besos? Se llama Cristian “Mai” Bustos y no es un delincuente cualquiera: mató a golpes a su hijastro de 9 meses. Le partió la columna vertebral a golpes, comprobaron los médicos. Fue condenado a 20 años, lo mandaron a una comisaría y se fugó a Chile. Ya había matado a un bebé y cuando volvió, mató a un policía. Escapó, lo atraparon los carabineros del otro lado de la cordillera y lo mandaron para acá. Ahora le dieron la perpetua, que Suárez no acompañó.

¿Y por qué la jueza andaba a los besos con semejante criminal? Porque está haciendo un “trabajo académico”. Dijo que proyecta escribir un libro sobre Bustos y que por eso actuó “de ella misma, no de juez”. Lo único que se entiende de esto es que andaba a los besos. Tal vez ponga andar esa otra variante del realismo mágico argentino, el judicial.

 

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